TDtoctor, he cruzado la barrera de los cuarenta y cinco años y sigo con un nudo en el estómago, mismamente como a los dieciséis. Es como si tuviera al diablo de decorador de interiores, aunque no creo que lo mío guarde relación con esa mala influencia que el prelado holandés Everard de Jong achaca a los filetes y al bistec. Yo soy más del bando de Alvaro Cunqueiro , que creía que el diablo de la lujuria se esconde en las verduras de hoja ancha, por lo que recomendaba a las monjas precaución en el consumo de lechugas y acelgas. Pero, volviendo a lo mío, creo que esta angustia es fruto de que me quedé anclado en Zaratustra mientras el mundo evolucionaba hacia Zara, modas y confecciones. Y ahora ya es tarde para subirme al carro. Si le digo que me pillé un berrinche al enterarme de que María Carey ha superado en éxitos a Elvis Presley ya entenderá el grado de mi desconocimiento del medio. Daría cualquier cosa por ser como esos americanos que se creen a pies juntillas lo que les dice la Biblia y viven la mar de felices. Ya podrán. Pero, para mi desdicha, a mí me educaron en la teoría de la evolución y cada vez que me miro al espejo es como si mirara a un mono con graduado escolar. Así no hay quien alcance la paz interior. Con lo bien que lo debe de pasar uno disfrutando con los actos del bicentenario de Espronceda sin sonrojarse o cantándole saetas a una estatua a cambio de un pedazo de paraíso. Quién pudiera. Y no yo, que me voy asfixiando en cada telediario a causa de este nudo de angustia que tengo en el estómago. Déme usted algo, doctor, por la gloria de su madre, que sea rápido, que me haga antievolucionista, que no tenga aguja y, a ser posible, con receta.