Lejos de la imagen de diablo con cuernos que los medios de comunicación están dando de él estos días, Willy Toledo debe de ser una buena persona. Seguramente es uno de esos tipos de corazón generoso que ayudan a las ancianitas a cruzar los pasos de cebra y no dudan en subirse a un árbol para ayudar a bajar al gatito descarriado de una sobrinita. Descansen los malpensados: no hay ni pizca de ironía en mis palabras. Precisamente porque estoy convencido de que no es peor que cualquier otro mortal, me sorprende tanto que se comporte con tanta insensibilidad en el ejercicio de eso que él llama libertad de expresión.

Willy Toledo no es malo: es solo un tonto útil. Pero ¿útil a qué, a quién? A las dictaduras amigas, claro.

Cuando estudio el comportamiento de personas privilegiadas en las sociedades libres --como es su caso-- que cargan sin el menor escrúpulo contra los más desfavorecidos de las dictaduras --como es el caso de Orlando Zapata --, me hago las mismas preguntas que cuando me topo por la calle con un drogadicto sentenciado por su adicción: ¿de veras era necesario?, ¿ganaste algo con ello? El beneficio de caer en las redes de las drogas es tan incierto como el de quien se convierte por voluntad propia en correa de transmisión de una repudiable dictadura, sea de izquierdas o de derechas. Nuestro insigne actor es capaz de montar una mediática tienda de campaña en un aeropuerto para luchar por la vida y la dignidad de Aminatu Haidar para, meses después, mear sobre la tumba del pobre Orlando Zapata , disidente del régimen de los hermanos Castro cuyo pecado mortal fue luchar por los derechos humanos.