Comer menos y mejor para reducir las emisiones de gases de efecto invernadero. Así lo aconseja un estudio de EEUU de la edición del pasado mes de julio de la revista Human ecology y un informe británico que la Red de Investigación sobre Alimentos y Clima presentó el martes. Ambos analizan el gasto energético del sistema alimentario de sus respectivos países y coinciden en que disminuir la ingesta de carne, lácteos y productos procesados y optar por una dieta más mediterránea ayudaría a combatir el calentamiento global.

Otro informe de julio, esta vez de la Organización para la Alimentación y la Agricultura (FAO), alerta del deplorable estado en que se encuentra este tipo de dieta. Así, las recomendaciones también pueden ser válidas en España.

Josef Schmidhuber, autor del informe de la FAO, declaró que la dieta mediterránea "se encuentra en un estado moribundo" tras un declive de cuatro décadas. Schmidhuber aportó datos que revelan que los españoles han pasado de ingerir unas 2.673 kilocalorías diarias en los años 60, valor cercano a lo recomendado por las autoridades sanitarias, a las 3.405 de la década en curso. Esta cifra roza el promedio diario del Reino Unido --3.444 kilocalorías-- y se aproxima al estadounidense --3.747--. Además, la dieta española actual contiene más grasas, colesterol, sal y menos hidratos de carbono, es decir, tiende a parecerse a la de los países anglosajones. Eso sí, en la actualidad los españoles se han acostumbrado a comer más fruta y verdura.

ESLABONES DE LA CADENA Tara Garnett, autora del estudio británico, estima que las emisiones de dióxido de carbono atribuidas a la producción de alimentos en Reino Unido, desde los cultivos hasta el consumo, representan casi el 20% de las emisiones totales de ese país. La experta argumenta que con una serie de mejoras en los distintos eslabones de la cadena alimentaria, con especial énfasis en los patrones de consumo, la reducción de emisiones podría llegar a ser del 67%.

Las conclusiones a las que llega el investigador David Pimentel, responsable del trabajo estadounidense, son parecidas a las de su colega británica. El autor asegura que "la cantidad de energía fósil utilizada por el sistema alimentario de EEUU se podría reducir un 50% con cambios en la producción la agricultura y la ganadería, el procesado, el transporte y el consumo".

Los alimentos más costosos en términos de energía son las carnes y los productos lácteos. El despilfarro se agrava además con el creciente consumo de comida manufacturada, cuyo procesado, empaquetado y transporte multiplican todavía más las emisiones de dióxido de carbono. Según el estudio de Pimentel, "en Estados Unidos los alimentos procesados constituyen entre el 82% y el 92% de las ventas de comida".

Reducir la demanda de este tipo de productos --muchos considerados comida basura-- e incrementar la proporción de alimentos básicos como el arroz, las frutas y las verduras, a ser posible de procedencia no demasiado lejana, supondría un ahorro muy significativo de energía.

España podría estar orgullosa de poseer un sistema alimentario que emite menos gases de efecto invernadero gracias a gozar de la dieta mediterránea, rica en productos básicos y frescos, y pobre en grasas, proteínas animales y productos manufacturados.

Pero la realidad no es esta. Los resultados del informe de Josef Schmidhuber muestran como el contenido calórico diario de las dietas de los estados mediterráneos de la Unión Europea (UE) ha incrementado un 30%, cuando hace 45 años, eran las más ligeras del continente.

DIETA MEDITERRANEA Schmidhuber declaró que en la actualidad "tres cuartas partes de los griegos tienen sobrepeso o son obesos". Luego añadió que lo mismo sucede con la mitad de los italianos, los españoles y los portugueses. Además, España es el país europeo con el mayor aumento de la proporción de grasas en la dieta: del 25% en la década de los 60 al 40% actual. El experto de la FAO atribuyó tales cambios a la evolución de los hábitos alimenticios, causados por factores como el aumento de las rentas, el desarrollo de los supermercados, el actual ritmo de vida y el sedentarismo.

Los tres trabajos ponen en evidencia la importancia de recuperar la dieta mediterránea. Visto el panorama en España, el cuerpo lo agradecerá. Y la Tierra también.