TNto haga caso de los que dicen que el carácter de un hombre se templa tras su segundo matrimonio. Ignore a quien le diga que el humor se acrisola con la llegada de un segundo hijo. Búrlese de quienes opinan que la visión del mundo se ensancha cuando tropiezas dos veces en la misma piedra. No, amigos. Lo que verdaderamente pone a prueba la templanza, el carácter, la madurez de las personas es mudarse de casa por segunda vez. El que se muda de casa dos veces es como el que sobrevive a una depresión o a una campaña electoral. Se le nota en la cara, aunque más se les nota a sus familiares, sobre todo a los que tienen furgoneta. El primer dilema que te plantea una mudanza es qué hacer con tantos cachivaches guardados durante años como reliquias. Comprendes al fin lo desacertado de llamar Síndrome de Diógenes a esa manía de coleccionar porquerías cuando lo que hizo el pobre Diógenes fue vivir en un tonel precisamente para no tener nada que coleccionar. Somos nosotros quienes almacenamos compulsivamente revistas, vídeos, papeles, fotos, libros que en el mejor de los casos no leerás en tu vida, y todo por un oscuro afán de trascendencia o por matar el aburrimiento o vaya usted a saber qué. Decía un filósofo chino que a quien le gusten los pájaros abra sus jaulas y plante bajo su ventana un árbol. Podría haber dicho que, si te gustan los árboles, regala tus viejos libros y haz uso de las bibliotecas públicas. Pero eso pondría en crisis a los libreros, se arruinarían las editoriales y se morirían de hambre los escritores. Un dilema. Mudarse de casa es replantearse el sentido de la vida. Nunca un hombre es tan filósofo como delante de un camión de la mudanza.