La gemela dice que hubiera preferido no saber la verdad. Que ahora todo se ha derrumbado. Que vive sola, que sus padres no entienden lo que pasa, que se pelean. Su relación con ellos, afirma, es "crítica y conflictiva". La gemela recuerda ese día, a finales del 2001, cuando entró en una tienda y la confundieron con otra. La dependienta la saludó como si la conociera de siempre y ella le dijo que se estaba confundiendo. Meses más tarde, ya deshecho el entuerto, la dependienta diría que eran "como dos gotas de agua", pero en ese momento pensó que le estaban tomando el pelo.

Había nacido --la gemela-- en marzo de 1973, en Las Palmas de Gran Canaria, en un hospital que hoy ya no existe: Nuestra Señora del Pino. Había compartido casa con sus padres toda la vida y había vivido con normalidad, es decir que nunca se había preguntado si tenía una hermana gemela por ahí. Y el caso es que la tenía.

La dependienta es clave: ella empezó a sospechar, ella hizo unas cuantas llamadas, ella propuso el encuentro. La gemela se encontró entonces con su gemela, o en todo caso con una mujer a la que se parecía muchísimo, de edad y que había nacido el mismo mes del mismo año en la misma isla y el mismo hospital. Más asombroso aún: aquella mujer tenía una hermana gemela que se le parecía más bien poco. Pero la gemela ya no quiso saber más. Que se hiciera unos exámenes, le dijeron: que no. Que tenemos que saber la verdad: que no. "La trascendencia familiar que podía conllevar", como dijo años más tarde, la llevó a pensar que tal vez lo mejor era dar un paso atrás. Así pasaron tres años.

Porque al final fueron más fuertes "la incertidumbre" (dijo ella) y lo que más tarde quedó descrito como un novelesco "cúmulo de casualidades". Tuvieron lugar las respectivas pruebas de ADN, y la verdad demoledora se abrió paso: eran hermanas, por supuesto. Se habían encontrado después de 28 años. Y la que pasaba por gemela no lo era. Lío dramático a partir de ese momento de padres legales y padres naturales y hermanas que no llevan la misma sangre y hermanas que sí la llevan pero que no se quieren: todo eso que la gemela había temido.

Y todo, por supuesto, acabó en juicio, porque aparte de empezar a mirarse entre ellos de otra manera, las dos familias también miraron hacia afuera, indignadas, buscando culpables.

Indemnizaciones

Ahora, ocho años más tarde, un juez ha condenado al Gobierno canario y lo ha obligado a pagar indemnizaciones: 360.000 euros para la gemela que fue apartada de su familia y 180.000 para cada una de las otras tres perjudicadas: la gemela que sí vivió con su madre biológica, la propia madre biológica y la hija no biológica de la madre de las gemelas. Basta con mirar el increíble enredo lexical para comprender la clase de problema que montó la sanidad canaria, y los abogados de las ofendidas entienden que las cantidades son pocas y que deben recurrir. ¿Fin de la historia? No. Falta la parte de la leucemia.

El juez indemniza con el doble a la gemela apartada de su familia porque considera que fue privada de "toda relación con sus padres biológicos", pero también porque habría podido echar mano de su hermana para curarse, o intentar curarse, del cáncer que sufrió a los 20 años. Entonces tuvo que someterse a un autotrasplante de médula con riesgo de recaída, pues los médicos no hallaron un donante idóneo. Pero existía, y más que idóneo era perfecto, porque tenía el mismo perfil genético, idéntico.

El juez entiende que algunos documentos sobre la estancia de las tres pequeñas en el hospital están mal rellenados, y que eso contribuyó a la confusión, pero el Gobierno canario, que aún defiende que la asistencia "fue la adecuada", también recurrirá. La gemela, ahora sin familia --la relación con su nueva hermana es "artificial y esporádica"--, dice que vive "en tierra de nadie".