Sea usted de gustos elementales o, por el contrario, sofisticados, sea cual sea la fortaleza de su bolsillo, Portugal es parte de la alegría de comer en Extremadura. Hay tierras con y sin mar, y las hay con y sin frontera. El mar y la frontera son horizontes que marcan con rotundidad lo que se cuece en los peroles. No tenemos mar, pero tenemos frontera, que viene a ser lo mismo, al menos, en cuanto a las alegrías del yantar. Portugal, España en general, es un buen lugar para comer. No soy de esos que repiten aquello de que «como en mi tierra no se come en ninguna»; no las conozco todas, pero por las que voy conociendo, barrunto que en todas se come divinamente (si se tienen posibles). Lo indudable es que Portugal tiene genio y paladar propio.

Les contaré algo. Cuando llegué a Extremadura, hará treinta años, encontré humildes casas de comidas apegadas al terruño. También algún restaurante a la moda, menos y pocos. Ahora, desgraciadamente, muchas de aquellas entrañables casas de comidas han desaparecido. Casas de comida casera, fundadas en recetas tradicionales de fuerte personalidad, y tabernas de un solo plato, el de siempre, mollejas, callos o croquetas, pero siempre insuperable. Todo esto se ha perdido. Alguno me dirá que, en tal sitio o en cual otro, todavía… Y no mentirá, quedan, pero contadas cual linces en extremo peligro de extinción. En otras categorías hemos mejorado; tenemos magníficos restaurantes dignos de equipararse a los de fuera; quizá no demasiados, pero sí bastantes. Aunque esto último no mitiga el desconsuelo de lo perdido, de la memoria de lo que hemos comido y ya no volveremos a comer.

CASAS DE COMIDAS // En Portugal, por el contrario, como jabalíes en libertad, aún respiran rudas y honradas casas de comidas, y aún es posible disfrutar de la pureza de los fogones más tradicionales. En esto Portugal nos saca ventaja (o llega con retraso, que todo pudiera ser). También ofrece restaurantes sorprendentes, creativos, sofisticados y plenos de lujo; dejo señalado al cocinero Miguel Laffan y a ese trasatlántico atracado en Montemor-o-Novo, llamado Land. Pero en Portugal, en el Alentejo concretamente, descuella una tercera categoría, intermedia de las dos anteriores, de la que también Extremadura anda escasa. Son esos soberbios restaurantes de clase media para la clase media; limpios, amplios, luminosos, con mantel de tela y esmerado servicio, donde los precios, comiendo a la carta, son también desconocidos en Extremadura para semejantes calidades. Para los que buscan rincones con encanto resultan desangelados, para los que persiguen la creatividad en el plato resultan anticuados, pero para la clase media, para papá, para mamá, para los niños y para el abuelito, resultan perfectos. Sin ambages.

Dom Januario es uno de esos restaurantes portugueses familiar y endomingado. Un lujo asequible. Cotidiano. Cómodo. Fácil. Dom Januario, o Varchotel, como también se le conoce, es -en Elvas- una máquina perfectamente engrasada. Hotel, tienda, dos comedores como para bodas, otro más chico, patio para que los niños corran,… Camareros (muchos) enfundados en sus negros chalecos y, sobre todo, bacalao dorado y pollo asado. Mucho bacalao y mucho frango. Lo demás se da por añadidura. Puede que no sorprenda, puede, incluso, que si sorprende sea por la tele encendida que nunca se apaga, puede… pero sigue llenando. El pollo es de los que hacen llorar; si estoy en racha puedo zamparme dos del tirón, cual Carpanta redivivo, o como Josep Pla, que se comía los flanes de dos en dos. La acorda a alentejana com ovo, esa sopa de mendrugos portuguesa, es parte del lío. ¡Por dos euros con cincuenta céntimos! Huevo incluido. O la espetada de lombinho como para cuatro que me despaché el martes pasado.

Una última reflexión, en Extremadura, como ya van viendo mis lectores habituales, comer a la carta (vino, postre y mantel de por medio) rara vez baja de cuarenta euros; en Portugal aún se puede por menos de treinta. Pues eso, menos mal que nos queda Portugal.

Imágenes del restaurante Dom Januario