TPtarece ser que como andamos faltos de fiestas y costumbres, debemos copiarlas de fuera. No tenemos bastante con las miles que celebramos que corremos detrás de las estadounidenses, como si nos fuera la vida en ello. Ahí tenemos Halloween, desconocido hace nada, y celebrado ahora en todas partes. Tiene más glamour, dicen algunos, pero yo me quedo con la costumbre de representar el Tenorio antes que con una calabaza con agujeros, dónde va a parar; sin embargo, este fin de semana por las calles no se han visto donjuanes ni novicias, sino brujas y zombies de plexiglás, camino de bailes donde no existe ni ángel de amor ni apartadas orillas. La semana pasada la televisión se centró en esta fiesta, y nos bombardearon con el truco o trato de voces traducidas del inglés, mientras el pobre Tenorio andaba quitándose telarañas en algún canal temático. Dentro de poco, no asaremos castañas sino que comeremos chucherías, en lugar de huesos de santo o buñuelos. Y como somos tan papanatas, olvidaremos que este día en nuestro país tenía otro sentido. Puestos a copiar, somos únicos. Ya se van introduciendo en nuestros ritos funerarios la odiosa costumbre de los discursos, y pronto vendrán los funerales de internet, donde los amigos del difunto pueden dejar sus mensajes, creyendo quizá que la red es el umbral del más allá. De ahí a los epitafios supuestamente originales y a las tumbas de diseño solo hay un paso. Esto en un país en el que nos cuesta aprender idiomas, incluido el nuestro. Ahora, Halloveen lo hemos aprendido enseguida, aunque sea pronunciado a la buena de Dios. A ver si va ser cosa de enseñarlo todo con fiestas.