TLta ventaja de habitar una casa con paredes de papel de fumar es que uno no duerme cuando quiere sino cuando le dejan. Dormir a salto de mata es a la larga un aliciente para mi carácter bohemio: bien mirado, no tener un horario fijo para el descanso es una excusa más para evitar caer en la monotonía. Tan aburrido debe de ser vivir bajo una climatología similar durante todo el año como dormir siempre a la misma hora.

A la fuerza he aprendido bien la lección: si ladran los perros de los vecinos, no es hora de dormir. Si hay ruidos en el piso de abajo, no es hora de dormir. Si llaman al teléfono para ofertarme una línea ADSL, no es hora de dormir. En mi casa nunca es hora de dormir, pero ocurre que a veces se alinean los planetas y los perros hacen un alto en su sinfonía canina, el piso de abajo se encuentra desalojado por momentos y los comerciales de las compañías telefónicas marcan (yo diría que por error) un teléfono que no es el mío. Y entonces, ay, entonces duermo en mayúsculas y aprovecho, como Proust , para recuperar el tiempo perdido. Es por eso que algunas semanas concilio el sueño en la mañana del miércoles y no me despierto hasta la tarde del domingo.

Estos desajustes tienen sus inconvenientes, claro: no es raro que salga a comprar el pan en plena madrugada. En cualquier caso, resulta una satisfacción romper moldes y preparar el desayuno en horario de la cena, la comida en el de la cena, y la cena en el del desayuno.

Al despertar cada mañana --o cada noche--, las afligidas ojeras del espejo se empeñan en explicarme que el ser humano no hace en esta vida lo que quiere sino lo que le dejan hacer.