Cuando todavía contaban los muertos por el primer terremoto, se produjo otro, más intenso que el primero. Al menos 170 personas fallecieron ayer en Pakistán, en la provincia suroccidental de Baluchistán, cerca de la frontera con Afganistán, por la concatenación de dos seísmos, con réplicas intercaladas. Mientras las cifras del desastre no paraban de incrementarse, los últimos números oficiales facilitados por el presidente de la Autoridad Nacional de Gestión de Desastres, Faruk Ahmad Jan, alcanzaban los 1.500 heridos y 15.000 personas que habían perdido sus casas. Se trata de los terremotos más importantes desde que en el 2005 un seísmo de 7,6 grados en la escala de Richter sembrara Cachemira con 80.000 muertos.

La primera sacudida, de 6,2 grados, se produjo a las cuatro de la madrugada de ayer (las once de la noche del martes en España) con el epicentro en las montañas de Chiltan, a 70 kilómetros de Quetta, la capital de la provincia baluchi. Cuando no habían pasado 12 horas, el segundo temblor alcanzó los 6,4 grados. Las características de la zona, poco poblada pero montañosa, hizo que las labores de rescate se complicaran. Además, es una de las zonas paupérrimas del país.

El Ejército, por orden del presidente del país y del primer ministro, Asif Alí Zardadi y Yusuf Razá Guilani, respectivamente, se ha puesto manos a la obra en el rescate con la aportación de 12 helicópteros y equipos médicos mientras la comunidad internacional se moviliza. El primer ministro ya ha ordenado una indemnización de 300.000 rupias (unos 3.500 dólares) para las familias de los muertos y 100.000 rupias para los heridos.

Los distritos más afectados son Loralai, Chaman, Pishin, Kuchlak, Quetta y Ziarat, donde un responsable, Jan Dumar, dibujó un panorama desolador. "He constatado que 28 personas de tan solo dos familias han fallecido bajo los escombros", explicó Dumar que aseguró tener constancia de situaciones similares sin salir de la región. Las constantes réplicas sembraron el pánico en numerosas ocasiones entre los habitantes de las pequeñas poblaciones que, a pesar del rigor de las bajas temperaturas, optaron por permanecer fuera de sus casas para que no les cayeran encima. Muchas de las carreteras de la zona montañosa quedaron cortadas.