TTtras el altibajo sosito del anterior concierto de abono en Cáceres y Badajoz, el pasado viernes, en el Gran Teatro, la Orquesta de Extremadura ascendió a los cielos y nos llevó de la mano. Un concierto para violonchelo de Dvorak con Orfeo Mandozzi, cellista suizo discípulo de Yo Yo Ma y Rostropovich, nos sumió en una dulce ataraxia de sentidos suspendidos e instantes irrepetibles de contraste y virtuosismo. Y tras la preciosidad, la apoteosis. La cuarta sinfonía de Brahms, con la orquesta rebosante de músicos (63) y entusiasmo, nos catapultó a la inmensidad enérgica del Allegro final después de habernos llevado de puntillas románticas y armoniosas por la refinada picardía del pizzicato, por la fluidez sentimental del clarinete. Se notaba que los músicos estaban encantados de tocar juntos, se contagiaba el buen ambiente que reina en una orquesta que ha sorprendido a congresistas de musicología en Oviedo y a profesores excelsos en Logroño.

Y Jesús Amigo, que pronto se va a dirigir sinfónicas y filarmónicas de Milán, Pekín y Roma, disfrutaba con una energía inusitada, desusada: nunca lo había visto tan entregado en el atril. El concierto, que debía haberse celebrado el pasado 11 de marzo y se suspendió por la tragedia de Madrid, fue dedicado por el director a las víctimas del terrorismo y el público aplaudió casi con rabia, se deshizo en bravos y sintió que Cáceres, a veces, se puede parecer a Viena. Por cierto, hubo récord de asistencia en un concierto de abono: por primera vez conté 300 personas en el Gran Teatro.