Cuando las llamas asomaron por la ladera, los vecinos de Tablado se lanzaron con sus precarios medios y frenaron a cubos la progresión del incendio. Amigos y conocidos de los pueblos cercanos -de Cerredo, Ibias y Degaña- les tendieron una mano. Así se salvaron las casas y las vidas. Sin embargo, este pequeña localidad de la montaña asturiana perdió muchas hectáreas de bosque y prados.

«En veinte minutos, solo veinte, toda esta ladera de brezo quedó arrasada», recuerda Vitorino García, que regenta junto a su sobrino Víctor un alojamiento rural que tiene al oso como uno de sus reclamos. «Quizá ahora a les cueste más venir por aquí», añade Víctor.

Vitorino y Víctor tienen claro que su futuro y en definitiva la supervivencia de su pueblo -son 14 vecinos- depende del equilibrio entre hombres y naturaleza. «Este equilibrio, incluidos los osos, es lo que queremos mantener», dice Vitorino, un hombre que desborda energía e ideas. Quei Vitorino, la casa rural, se promociona como de turismo slow y ofrece rutas para observación de los animales, talleres de artesanía en madera y, por supuesto, mucha tranquilidad. «Nos vienen muchos extranjeros», dice.

Vitorino, sin embargo, se siente menospreciado por las administraciones y recuerda, por ejemplo, que una cercana carretera que hace seis años sufrió un desprendimiento por culpa de un rayo sigue todavía cortada. «Si no nos ayudan aquí pronto no quedará nada», lamenta. Los impuestos y la competencia desleal los machacan. «Aquí te encuentras mucha gente que se ofrece como guía profesional para ver osos sin tener autorización», critica su sobrino.

En el parque natural de las Fuentes del Narcea, Degaña e Ibias, creado en el 2002, vive una de las mayores poblaciones de oso de todo el Cantábrico. Los avistamientos han dejado de ser excepcionales. A diferencia de lo que se piensa, los animales no viven en las cimas de las montañas, sino que frecuentan sobre todo los bosques de hayas y robles, donde encuentran abundante alimento, y a menudo bajan también a comer de cerezos, manzanos y ciruelos cercanos a las poblaciones, explica Fernando Ballesteros, biólogo de la Fundación Oso Pardo (FOP).

En su opinión, el problema podría surgir de una frecuentación humana excesiva. «No es bueno que los osos crezcan en la proximidad de los hombres y mucho menos que se los alimente porque acabarían acostumbrándose y eso sí podría ser peligroso para ellos y para nosotros», sintetiza Ballesteros. Los daños ocasionados sobre el ganado son muy escasos, en parte porque las explotaciones en Asturias suelen ser de vacuno, unas presas demasiado grandes. De vez en cuando, los osos rompen ramas de algún frutal en busca de sus frutos, pero poca cosa más. Quien más sufre las embestidas del oso son posiblemente los apicultores, aunque algunos entienden incluso la actitud de los animales.

Uno de ellos es Alberto Uría, vecino de Ibias, que dispone de 200 colmenas y produce, según explica, una miel totalmente natural. Sin ningún procesado o aditivo. «De la colmena va al envase directamente», presume, mientras enseña un restaurado cortín, un cercado de piedra construido para evitar que los osos lleguen a las colmenas. La puerta, eso sí, ha sido forzada por un plantígrado, como atestiguan los zarpazos en la madera. Ahora, sin embargo, los incendios han arrasado parte de las flores de las que se alimentan sus abelles, se lamenta Uría. «Estos castaños los plantó mi tatarabuelo», concluye señalando unos árboles tocados por el fuego.