Una señora se cuela impune y sigilosamente en el supermercado. Un hombre de mediana edad entra en la pastelería fumando y tras ser advertido apaga en el suelo la colilla. Unos mozalbetes empujan e insultan a otro de su edad sin motivo aparente y le rompen la mochila. Las noticias hablan de otra mujer maltratada por su pareja. Una bocina suena de forma atronadora: un conductor no puede sacar el coche porque otro ha aparcado en doble fila. Cuando consigue salir pasan dos adolescentes haciendo caballitos con la moto y sin casco. Casi colisionan y responden con chulería a los reproches airados del otro conductor. Otro señor saca a pasear a su perro y no lleva ninguna bolsa en la mano, con lo que es de suponer que las heces del cánido acabarán en las suelas de los zapatos de los demás.

Todas estas escenas son, desgraciadamente, más cercanas a cualquier lector que el estatuto de una autonomía lejana. A nadie se le oculta que son los pequeños detalles los que nos hacen incómoda la convivencia. Hay quien cree que el déficit de cultura democrática y respeto al vecino se cura con una asignatura en las escuelas y otros preferirían dejarlo al arbitrio de las familias y las iglesias. Algo tan importante como la convivencia y el respeto universal es urgente dejarlo en manos de profesionales que trasmitan imparcialmente las normas básicas por las que debe regirse todo el mundo independientemente de lo que le enseñen en su casa, en su mezquita o en su sinagoga. La ciudadanía, al fin y al cabo, la asignatura más importante que debemos aprobar como personas. http://javierfigueiredo.blogspot.com