Ahora que se acercan las Navidades, el Barça debería hacérselo mirar. Urge un cambio radical en su conducta. Ocho goles a cero al Almería; cinco a uno al Ceuta; cinco a uno al Español; cinco a cero, ay, al Real Madrid- No es eso, no es eso. A simple vista Guardiola y los suyos parecen buenos chicos, pero los hechos demuestran que tienen un corazón de acero. El Barça, antaño un club señor, en los últimos años ha hecho de las victorias hiperbólicas una forma de entender el fútbol. En fin, ha dejado de creer en valores cristianos como la misericordia, la bondad o la generosidad para arrojarse en brazos de la avaricia.

El afligido Cristiano Ronaldo se enfadó con Sara Carbonero cuando esta, en un lapsus, dijo que era egoísta en el campo. Fue un malentendido: la guapa periodista no se refería al jugador portugués sino al Barça, que se dedica a infligir oprobio y frustración en cada estadio que pisa.

¿Y a quién beneficia esta forma tan utilitarista de entender el fútbol? A nadie. La Liga se ha convertido en un monólogo triste y aburrido interpretado por un actor inmisericorde dispuesto a humillar al adversario en cada partido. Algún día incluso los seguidores del Barça dejarán de ir al Camp Nou, hastiados de un equipo soberbio y previsible --el suyo-- que siempre golea.

Echo de menos aquellos tiempos felices en los que la Liga era un campeonato plural al que optaban al menos cuatro equipos que, por no resultar ofensivos, se dejaban vencer de vez en cuando.

El Barça debería hacérselo mirar y comprender cuanto antes que anclarse al éxito masivo es la forma más pobre y narcisista de pasar por el mundo.