Celebro la iniciativa de Andalucía. Una Ley permitirá la sedación paliativa para aliviar el sufrimiento de los enfermos, aunque eso suponga acortar su vida, y dejar, libre de conexiones a aparatos, que la vida se extinga suavemente. Hace ya algún tiempo escribí sobre esto. Quizás hace un par de veranos, cuando se avivó el debate sobre el derecho a una muerte digna y al papel de los profesionales de la medicina. Un asunto con el que antes o después teníamos que enfrentarnos, como sociedad para darle una salida y, como individuos, en la soledad de nuestros corazones cuando, enfrentados a procesos irreversibles y al tránsito hacia la muerte, se nos prolonga el dolor innecesariamente.

Andalucía da un paso importante. Será de obligado cumplimiento para todos los facultativos de la sanidad pública y privada. No vale la cuestión de conciencia. Me parece bien. No tiene más conciencia quien, por una cuestión religiosa, o una muy estrecha interpretación del juramento hipocrático, contempla el sufrimiento y la angustia permitiendo que las máquinas prolonguen una vida que no volverá a sentirse porque ya habría terminado si dejáramos que se extinguiera apaciblemente.

Andalucía da un paso importante. No sé si es morir dignamente o vivir con dignidad la última fase de la vida. Ni tan siquiera sé si es esa la palabra adecuada. Para mí se trata de saber dónde está la línea que no debe ser traspasada.

Una ley que obligue a que las cosas se hagan de otra manera, puede liberar sentimientos de culpa y ayudar a que se forje una nueva mentalidad, individual y colectiva, sobre la manera de abordar los momentos finales.

Es importante el paso que ha dado Andalucía.