En octubre del 2011, un grupo de skaters parisinos fueron requeridos por una mujer que les aseguró que les enseñaría un patinete volador. A principios no se lo creyeron, pero al seguirla se encontraron delante de una plancha que se deslizaba tres centímetros por encima del suelo y echaba humo por un tubo. Tras unos intentos cautelosos, los patinadores empezaron a disfrutar eso de cruzar el aire casi sin rozamiento.

El secreto del patinete era el material instalado en su interior. "Cuando son enfriados, los superconductores no oponen resistencia a la corriente eléctrica y no dejan que penetre el campo magnético, de manera que, si se ponen encima de un imán, flotan", explica una de las creadoras del invento, Marie Aude-Méasson, la investigadora del CNRS de Francia que se acercó a los skaters.

El patinete, que se presentó en la Fiesta de la Ciencia de París, flota encima de unos rieles magnéticos y se enfría rellenándolo de nitrógeno líquido que, al vaporizarse, produce el humo expulsado por el tubo.

"Estamos en conversaciones con una empresa para producir más unidades, pero lo más prometedor para los superconductores no es el transporte, sino la electricidad", dice Aude.

La ciencia de la superconductividad ha generado cinco premios Nobel desde las primeras observaciones del fenómeno, en 1911. Aunque en aquel entonces ya se especuló con que pronto aparecerían cables que no disiparan energía, han pasado los años y hoy en día sigue siendo un fenómeno en buena parte inexplicado.

Además, mantener los materiales a más de 100 grados bajo cero --necesario para que aparezca el fenómeno-- es muy caro. Estas dificultades han resituado las esperanzas iniciales, "pero la crisis del modelo energético ha vuelto a despertar el interés industrial por los superconductores", explica Xavier Obradors, director del Instituto de Ciencia de Materiales de Barcelona (Icmab-CSIC). Según el científico, más de una docena de empresas viven de la superconductividad en el mundo, y el negocio previsto para 2015 es de 500 millones de euros.

En 1912, el holandés Heike Kamerlingh Onnes realizó el primer experimento sobre el fenómeno. Onnes inyectó en un anillo superconductor una corriente eléctrica y comprobó que circulaba sin disipar energía. "Si el experimento no se hubiera interrumpido, la corriente seguiría circulando aún hoy --explica la física Roser Valentí, de la Universidad de Frankfurt--. Es como si los electrones marcharan al paso, mientras que en un conductor normal se mueven sin pauta". Las corrientes perpetuas presentes en los superconductores generan un campo magnético que, cuando el material se acerca a un imán, hace que flote.

La teoría que explicaba el comportamiento de los superconductores, desarrollada en los años 50, entró en crisis cuando en 1986 se descubrió una nueva clase de materiales que exhiben el fenómeno a temperaturas más altas, bastante altas como para que se puedan enfriar con nitrógeno líquido, en lugar del caro helio líquido.

"Desde entonces, cada nuevo superconductor que se descubre es un nuevo reto: no hay una teoría que los explique", afirma Obradors. Por ejemplo, en el 2008 se descubrieron unos superconductores basados en el hierro, un material que se puede convertir fácilmente en cable.