Tomás Olivo comenzó como jefe de Roca en Murcia en un negocio de maquinaria, pero pronto extendió un imperio de centros comerciales por España, el segundo del país. Un modelo de negocio basado en unas relaciones bien engrasadas con el alcalde de turno y unas convenientes recalificaciones envueltas casi siempre en dudas --tiene paralizado un centro en Granada-- que le permitieron construir una fortuna en tiempo récord, a la vez que asfixiaba a sus proveedores a base de facturas impagadas.

En Marbella, el Tribunal de Cuentas ha valorado en 45 millones de euros el perjuicio a las arcas municipales por haber recibido terrenos como pago por obras que su empresa no ejecutó o bien no estaban justificadas. Ahora se enfrenta a una pena de cinco años.