Tumbados en el suelo o recostados en las paredes desnudas y desconchadas de la comisaría de Guayna, en Nuadibú, un grupo de 46 jóvenes senegaleses rumiaban ayer su fracaso. La Marina de Mauritana les interceptó el pasado viernes cuando se jugaban la vida intentando alcanzar las Canarias a bordo de un frágil cayuco.

Mientras calienta un poco de agua en un pequeño fogón para preparar un té, Malik Kingay, un chaval de 20 años, acepta con naturalidad contar su tremenda historia: "Es la segunda vez que lo intento. La otra, en enero, me pasó lo mismo. Muchos problemas, demasiado viento y olas demasiado grandes", explica con un sorprendente español aprendido en su ciudad, Dakar (capital de Senegal), donde era mecánico de un barco atunero patroneado por un vasco.

"Llevábamos tres días sin comer y nos habíamos y casi sin gasolina. Llegamos a ver incluso las luces de Tenerife en la noche, pero el viento y el oleaje no nos dejaban avanzar ni un centímetro. Intentábamos volver para comprar más gasolina y víveres cuando nos encontraron", afirma Malik.

Llegaron todos bien, o todo lo bien que se puede estar en estas condiciones. "Mira, nos pasamos tres días sin podernos mover, así", dice, y se sienta en el suelo con la espalda arqueada y las piernas flexionadas. "No sabes cómo nos dolían las rodillas. No se podía caminar", añade.

18 metros de eslora

El cayuco, de 18 metros de eslora e impulsado por dos motores de 40 CV, salió de Dakar y llegó a Nuadibú en dos días. Tras descansar y aprovisionarse, emprendieron la larga y peligrosa ruta de más de 1.000 kilómetros hacia las Canarias, un trayecto al que la inmigración clandestina recurre cada vez más ante el incremento de la vigilancia en Marruecos y en el Sáhara Occidental.

Pero esta presión policial no está resolviendo ningún problema, sólo lo está desplazando: "En Marruecos no hay paz, mucha policía", afirma Malik, que tiene muy claro lo que ocurrirá si la vigilancia aumenta también en Mauritania: "Entonces saldremos desde Senegal" .

¿Y ahora qué? "Queremos quedarnos, pero ya sabemos que nos devolverán a Dakar. Trabajaré un par de meses en el barco para recuperar dinero, y en julio lo volveré a intentar", afirma sin la más mínima vacilación. "Claro que no tengo miedo, soy pescador y conozco el mar --asegura--. Muchas personas han muerto, es verdad. Pero yo sé que puedo nadar". ¿Con olas de cinco metros? "Sí, claro. El único problema es el frío".

Malik no tiene ninguna duda de que "vale la pena arriesgarse. En Senegal me falta el dinero, no puedo casarme, ni tener una casa, ni coche, ni nada. Quiero ir a España a trabajar, buscarme la vida y conseguir dinero para comprar una casa en Senegal. Y quiero casarme con una española". Su objetivo es llegar a Murcia, donde vive un tío suyo, o a Bilbao, donde tiene amigos y a Seioa, "una novia", dice, a la que conoció por internet.

La Cruz Roja española y la Media Luna Roja mauritana trabajan coordinadamente para atender en varias comisarias de Nuadibú a estos hombres que afrontan su situación con una asombrosa serenidad. Hay algunos, como Marufal, de 23 años, que depositan esperanzas infundadas en la presencia de un periodista.

"¿Tú me puedes llevar a España?", pregunta con insistencia. Otros, más realistas, se conforman con poder llamar a la familia por el móvil. Mientras compartimos el té, el fútbol demuestra una vez más su condición de lenguaje universal: "¿Eres de Barcelona? ¿Tú crees que leerán esto Ronaldinho y Eto´o? Díles que nos gustaría verles y hablar con ellos, y también con Ronaldo", dice Malik, gran fan de este último --"juego al fútbol por él", afirma-- que no da crédito al penalti que falló su ídolo en Valencia. "No puede ser. ¿En el último minuto?", se exclama.

En ese momento llega dando tumbos a la comisaría una camioneta con otros 16 hombres, agotados y cubiertos de polvo. Forman parte de un grupo de 37 localizado en aguas del Sáhara Occidental por autoridades marroquís, que les han dejado en zona de nadie, una franja de unos tres kilómetros fronteriza con Mauritania.

Allí, a unos 55 kilómetros de Nuadibú, les ha recogido la policía mauritana. No quieren hablar, y uno de ellos, al que se ve extremadamente débil, llora su rabia y su desesperación. "Estoy enfermo", es lo único que logra decir, tambaleándose.