Benedicto XVI se mostró inflexible con la petición del padre de la joven Eulana Englaro, en coma y atada durante 17 años a una máquina que la mantenía viva, de que se le suspendiera la alimentación artificial que eternizaba su calvario y el de su familia. Incluso logró movilizar a Silvio Berlusconi en su ayuda para que detuviera la sentencia de un tribunal que permitió que se le dejase morir el pasado 28 de enero, azuzando la división en la sociedad italiana.

Ratzinger ha actuado como ya hizo con Piergiorgio Welby, un enfermo desahuciado que logró meses antes que les desconectaran del respirador que le daba vida: haciendo oídos sordos a las peticiones de misericordia.

Su particular visión de la defensa de la vida le ha conducido igualmente a librar una batalla sin cuartel contra el aborto que ha alimentado actitudes como la del obispo de Recife (Brasil), José Cardoso Sobrinho, quien excomulgó no solo a los médicos que practicaron un aborto a una niña de 9 años que había sido violada por su padrastro, sino también a la madre que le protegía.