Haile Fàbrega, un joven de 21 años estudiante de Sociología, fue uno de los primeros niños adoptados en Etiopía. Ha hecho ya cuatro viajes a sus orígenes, sin mediación, que le han «ayudado mucho» a reconstruir su identidad. «El retorno te ayuda a entenderte a ti mismo, a saber por qué eres como eres. Qué tengo de etíope». Ahora comprende los valores que le inculcaron en su niñez.

Llegó a Barcelona a los 10 años tras pasar ocho meses en un centro de acogida de ECAI (Entidad Colaboradora de Adopción Internacional) en Addis Abeba después del fallecimiento de su madre. A su padre no lo conoció. Su progenitora le contó que andaba metido en política. Tuvo que exiliarse a una zona rural y ella, embarazada de Haile, prefirió quedarse en la ciudad, Kombolcha, para que su hijo tuviera una educación. «No fue un abandono, pero no he sentido la necesidad de buscar a mi padre porque no lo conocí», explica en catalán. «Para niños adoptados más pequeños resulta más difícil la búsqueda de los orígenes, pero yo ya era consciente de todo».

Cuando tenía 12 años, Haile quiso volver a su infancia y a sus recuerdos. Hizo el primer viaje con su madre adoptiva, Maria Rosa (es familia monoparental) y otro amigo adoptado. Su idea inicial no era ir al encuentro de su sangre, tíos y primas, sino hacer una ruta y visitar el centro de acogida. «Quería volver a vivir lo que era yo». Pero a última hora decidió ir a verlos. El encuentro removió los afectos de la tríada adoptiva. «Al llegar me dijeron: ¡Mira a tu hermana!, refiriéndose a la prima con la que jugaba de crío, y sentí que tenía allí a alguien. Entonces piensas cómo será la relación entre ambas familias. A mi tío le extrañó que llamara mamá a mi madre adoptiva, aunque luego lo entendió».

Ese tercer vértice de la tríada, la madre adoptiva, también pasó un proceso de «dudas» en aquel primer retorno. Incertidumbre y miedo a la pérdida. «No me quitaba el ojo de encima». Cuando los dos últimos viajes los hizo solo con sus amigos, el tío le soltó: «¡Vaya, cómo ha cambiado tu madre, cuánta libertad».

«Fórmate y regresa»

Haile recuerda el reencuentro con su mejor amigo de la infancia. Una hora en la iglesia sin decirse palabra. Bloqueados. «Hasta que llegó mi amigo adoptado y nos llevó a un bar. ¡Teníamos tantas cosas que contarnos!». Revela también su obsesión por repetir las rutinas de su niñez, como ir a la iglesia. «Mi familia era muy religiosa, iba todos los días». Y no olvida las palabras de su tío: «Sé buena persona, fórmate y regresa para ayudar a tu gente y a tu país». «Eso es lo que piensan todos, que volverás», afirma Haile, que está tramitando un máster en Kent (Reino Unido) de políticas sociales internacionales. Le gustaría trabajar en la Unión Africana o en una oenegé, pero el dónde ya se verá.

El joven mantiene el contacto con sus parientes. «WhatsApp lo arregla todo. Antes hablar por teléfono con mi tío me producía inquietud, nuestras vidas son tan distintas que no sabes qué decir. Ahora envío fotos, le digo que estoy bien, y contentos». El camino hacia la construcción de la identidad no es nada fácil. Para él, uno de los choques más fuertes fue cuando a los 17 años vio que solo tenía el pasaporte español. «Ya no era etíope. Fue un colapso. Has de reconstruir muchas cosas, parece que rechaces a tu familia. Estamos en el medio».