Hace un par de fines de semana las páginas de este periódico en internet echaban humo a causa de una noticia en la que profesores culpaban a los padres de muchos de los problemas de la educación. Y allá se lanzaron como fieras los progenitores a llenar la red de comentarios insidiosos en los que se echaba en cara a los docentes los meses de vacaciones de los que disfrutan. Tampoco se quedaron mancos los docentes, que parecían formar parte de un grupo de trabajadores que ejercían sus labores con perfección y al unísono. A los chavales ni los mencionamos, porque ya ha calado esa falacia conservadora que sostiene que cada nueva generación es más ignorante que la anterior.

Lo más interesante de todo esto es que un asunto de este tipo pudiera competir en participación e interés con el último fichaje millonario o con la excentricidad de un concejal. No es mala señal que la educación se convierta en un asunto de debate y de discusión, pero sería muchísimo más constructivo si fuéramos capaces de no echar balones fuera y asumir nuestros fallos, tanto los individuales como los colectivos. Así que sería bueno que los padres asistieran a las reuniones del colegio, que éstas fueran en un horario amoldado a los padres y no al de los propios docentes, que fuera obligatorio que el profesorado se reciclara cada año y que ampliáramos la capacidad para reconocer nuestros propios errores. Si escurrir el bulto fuera un deporte olímpico, España conseguiría medallas en todas las categorías.

Pero no lo es. Así que empecemos a dar ejemplo, en casa y en las aulas, porque lo que nos jugamos no es poca cosa.