Desde que Karol Wojtyla accedió a la silla de San Pedro, España se ha convertido en una fecunda cantera de santos (entre ellos, Escriv de Balaguer). Cerca de medio millar de monjes, sacerdotes y laicos asesinados en el bando nacional durante la guerra civil española han adquirido la condición de beatos durante el mandato de Juan Pablo II, una cifra que equivale a un 40% de todas las beatificaciones efectuadas desde 1987.

A diferencia de sus antecesores, que consideraron inoportuno elevar a la gloria a los mártires por temor a reabrir heridas, Wojtyla se ha prestado a enaltecer la memoria de las víctimas de aquella guerra fratricida, a pesar de que todos los que hasta ahora han adquirido la condición de beatos pertenecían al mismo bando.

El gesto más emblemático fue la ceremonia de beatificación más numerosa de la historia de la Iglesia, el 11 de marzo del 2001, en la que fueron elevados a los altares 233 víctimas de la guerra civil. El Papa no ha hecho más que satisfacer a la Iglesia española, que ha propuesto a miles de mártires para que sean beatos, primero, y santos, después. En un catálogo de aspirantes realizado en el 2000, en el que figuraban 13.000 mártires del siglo XX, unos 10.000 eran españoles.