La fiebre de la toxina botulínica (bótox) se reanuda en España tras la reciente autorización del Ministerio de Sanidad. La sustancia, que paraliza los nervios de la cara y combate las arrugas profundas, causa furor en todo el mundo especialmente entre actores, cantantes, políticos y quienes copan las portadas de las revistas más glamurosas que quieren mostrar un aspecto más joven.

Los especialistas esperan que esta revolución cosmética contagie a los españoles y dispare la demanda de este tratamiento, que no requiere entrar en quirófano. "El hecho de no perder un sólo día de trabajo, su sencillez y el efecto visible en tres días hace previsible su éxito", asegura el presidente de la Sociedad Española de Cirugía Plástica, Reparadora y Estética, Manuel Sánchez Nebreda.

´BOOM´ EN EEUU José Luis Díaz Pérez, presidente de la Academia Española de Dermatología, advierte de que en el primer año de autorización en EEUU se registraron medio millón de intervenciones. Calcula que en España, tercer país del mundo en consumo de productos estéticos tras EEUU y Francia, se superarán los 100.000 tratamientos este año.

Hasta ahora, la toxina botulínica sólo se empleaba legalmente en España para tratar problemas oftalmológicos. Fue puesta en cuarentena en el 2002 tras la muerte de una paciente en una clínica ilegal de Madrid y después de detectarse que era aplicada sin control sanitario por más de 15.000 profesionales de toda España, incluso en establecimientos de belleza, peluquerías y masajes. Sanidad comprobó que el 50% de los gastos en toxina botulínica procedían de estos centros.

La autorización de la Agencia Europea del Medicamento hace un mes ha sido reconocida en España, también con sus restricciones. La inyección de bótox ha sido limitada a hospitales y clínicas previamente autorizados y sólo podrán llevarla a cabo licenciados en medicina que hayan recibido formación adicional sobre está técnica.

Para "garantizar el control y seguridad al máximo", el Ministerio de Sanidad exigirá al laboratorio fabricante del producto un registro de los médicos y los centros.

Este requisito, según Manuel Sánchez Nebreda, retrasará un par de meses la aplicación de la toxina, pero asegurará que se realice con todas las garantías de un acto médico.

La autorización limita las aplicaciones a la frente, a un centímetro por encima de las cejas, al entrecejo y a las zonas donde se forman las patas de gallo.