El Papa habló al fin en castellano, atajando algunos significados políticos atribuidos al silencio hispano observado el pasado sábado cuando recibió a los informadores de todo el mundo. Sucedió ayer, durante la primera audiencia general, celebrada en la plaza de san Pedro, que ha puesto punto final a dos meses y medio de acontecimientos excepcionales, iniciados con la hospitalización y fallecimiento de Karol Wojtyla y terminados con la elección del sucesor, Benedicto XVI.

"Volvamos a la normalidad", vino a decir Joseph Ratzinger, al empezar el encuentro con 20.000 personas en la clásica audiencia de los miércoles. Pero mucho ha cambiado, incluso plásticamente, desde la última audiencia normal que Juan Pablo II celebró el 26 de enero. Retiraron el gran baldaquín central y ha aparecido un órgano eléctrico. Majestuosamente aislado, el sillón del Papa estaba en el centro. Melodías gregorianas surgían de la profundidad de los siglos. Todo era estilizado, ascético y austero, pese a la luz deslumbrante del bello sol primaveral.

Sin plurales pomposos

Otra estética, respecto al volcánico Wojtyla de los primeros 20 años de pontificado. Un lenguaje en primera persona y sin plurales pomposos. Llamó "señores" a los cardenales y dio gracias a los peregrinos "por la visita". Las manos apoyadas en el regazo y nunca, cual soberano, en los pomos del sillón. Ayer explicó el nombre que ha elegido. "He decidido llamarme Benedicto para relacionarme ideológicamente con el papa que trabajó para impedir la primera guerra mundial y limitar después sus consecuencias nefastas", dijo. "Su nombre evoca también a San Benito, punto de referencia fundamental para la unidad de Europa, poderosa llamada a las irrenunciables raíces cristianas de su cultura y civilización", ilustró.

La paz entendida como reconciliación y las "irrenunciables raíces" de Europa: dos ejes del programa de gobierno. Saludó en inglés, francés, alemán, polaco, español e italiano, pero otros leyeron el resumen políglota del discurso. Sencillez monacal y señorío aristocrático a la vez. Como el vaso de agua para limpiar una garganta poco habituada a largos discursos. Deus te salvet , rezaba en latín una pancarta. Te amamos , decía otra.

Con gesto fugaz, el Papa levantaba a veces la mano o el índice para saludar, subrayar, señalar. Los jóvenes le interrumpieron con aplausos una veintena de veces y Ratzinger esperó, sonriente y sorprendido por el festivo alboroto.