"La violencia machista es como un triángulo, tiene tres vértices", explica el psicólogo de la Fundación Ires Sergi Pascual. En uno está la mujer, en la que se han volcado todos los esfuerzos de protección; en otro el maltratador, al que se intenta meter en la cárcel o alejar de su pareja, y, por último, los hijos, "los grandes olvidados" pese a que convivir con la violencia les deja secuelas de por vida, aunque ellos no la sufran o ni siquiera vean las agresiones que padece su madre.

Pascual, que trabaja en una de las pocas organizaciones que en España tratan específicamente a los hijos de maltratadas, agrupa las secuelas en tres categorías. En lo físico, estos niños pueden sufrir trastornos del sueño, de alimentación y de desarrollo. En el aspecto emocional, sufren ansiedad, estrés, baja autoestima, tendencia depresiva y dificultad para expresar emociones. Por último, entre las dificultades conductuales destacan la agresividad, la sumisión, la falta de habilidades para resolver conflictos y tomar decisiones, las dificultades de concentración y las alteraciones en el rendimiento escolar, que puede ser muy alto o muy bajo. "Sean testigos o no de los malos tratos, son como esponjas que lo captan todo", explicó ayer Esperanza Bosch, de la Universad de Islas Baleares, en una jornada. Su respuesta cuando la madre pide ayuda depende mucho de si ha presenciado las agresiones y de la edad del niño.