TCtuenta la leyenda que fue un día como hoy, un 16 de Agosto pero de 1835, cuando José de Espronceda dió comienzo a sus célebres poesías El mendigo y El verdugo . Emociona pensar que las escribió en peligro de muerte. Refugiado en casa de un amigo, después de que el día anterior hubiera tomado parte en las revueltas de la Plaza Mayor de Madrid, al grito de "Viva la Constitución de 1812". Y no era aquella la primera vez, ni sería la última, que alzaba la voz en favor de esa idea de una España moderna, liberal y europea que, como a su amigo Larra , tantos disgustos le costaría y que, a la postre, moriría sin ni tan siquiera intuir que tardaría doscientos años en reverdecer. Yo sé que una columna no es espacio suficiente para resaltar la deuda que tiene nuestra generación con Espronceda y con otros muchos como él. Yo sé que nos hemos acostumbrado a enterrar en olvido a los grandes hombres que nos precedieron y que puede sonar a cursi y trasnochado este recuerdo. Pero algo me dice que si las noches de este agosto se llenan de pueblos en fiestas y de gentes que charlan en paz de la crisis del corcho o de la recesión del ladrillo o de la inoperancia del gobierno sin temor a que sus palabras le cuesten algo más que saliva, algo le debemos a Espronceda. Y, mire usted por dónde, resulta que este hombre nació en mi pueblo hace ahora doscientos años. De acuerdo que fue algo fortuito y puede que anecdótico; pero a mi pueblo eso le basta y a mí también. Y seguro que incluso a Espronceda. Porque tengo para mí que la patria de los muertos es la memoria de los vivos, que un vivo es de donde nace, pero los muertos son de donde les recuerdan. Y en un país donde es tan ancho el olvido, un pueblo se engrandece cuando honra la memoria de la gente extraordinaria.