El funcionamiento de la mente humana sigue siendo, a día de hoy, un misterio. Una de las preguntas más interesantes que se plantean es el origen de nuestra capacidad de pensamiento. Esta cuestión se ha situado al centro de muchos estudios, en los cuales se especulaba sobre aquellos elementos que contribuían a formar nuestra mente. Hasta hoy, una de las principales hipótesis es que el proceso de razonamiento es un producto directo del lenguaje y de la educación. Un estudio publicado en Science, liderado por la Universidad Pompeu Fabra (UPF), plantea que no solo adquirimos la capacidad de razonar antes de lo que se creía, sino que esto tiene lugar incluso antes de aprender a hablar.

El estudio concluye que las habilidades de razonamiento aparecen en etapas muy tempranas del desarrollo, sugiriendo incluso que algunos procesos lógicos tienen lugar en los bebés que aún no han empezado a hablar. Ana Martín, investigadora de la UPF y autora del estudio, destaca: «Hemos encontrado lo que se denominan en inglés building blocks, es decir, las unidades fundamentales sobre las que se construyen pensamientos más complejos».

Tradicionalmente, se había considerado que las habilidades de pensamiento complejas estaban relacionadas directamente con la adquisición del lenguaje y con la educación.

En este sentido, se creía que la capacidad de razonamiento se adquiría de forma muy paulatina desde el momento mismo en que empezamos a hablar hasta prácticamente la adolescencia. Debido a este enfoque, esta facultad siempre se había estudiado en adultos mediante tareas lingüísticas. Martín añade: «Al no poder separar esta facultad del lenguaje, hasta ahora no sabíamos muy bien de qué manera funcionaba nuestro razonamiento y, sobre todo, de dónde salía. En el estudio nos hemos centrado en niños que aún no han adquirido la capacidad del habla, lo que nos permite estudiar el fenómeno del razonamiento en su estado más puro».

EL EXPERIMENTO / La investigación ha tomado como punto de partida niños y niñas de entre 12 y 19 meses. En esta etapa de su desarrollo, los infantes aún no han adquirido la capacidad del habla ni han estado expuestos a entornos educativos, lo que para muchos significaba que eran incapaces de razonar de manera lógica ni intuitiva. Los investigadores expusieron a los bebés a una serie de estímulos para anilizar su reacción. En una pantalla se mostraban dos elementos diferentes, en su esencia, pero con alguna similitud, por ejemplo, de una pelota y una flor con la parte superior de la misma forma y color. En un determinado momento, ambos objetos quedaban cubiertos por una barrera y, uno a uno, eran mostrados gracias a la acción de una taza. Según la lógica, si primero se muestra la pelota, en segundo lugar deberá aparecer la flor. Sin embargo, cuando esto no ocurría tal y como dicta nuestra razón, los niños y niñas se mostraban estupefactos con la incoherencia del resultado.

El estudio, liderado por Nicoló Cesana-Arlotti y publicado en la revista Science, no destaca tan solo por la introducción de nuevas técnicas, sino por el cuestionamiento de teorías que parecían estar ya establecidas. Los investigadores, mediante la técnica del eyetracking, analizaron el recorrido visual de los participantes y la dilatación de sus pupilas, considerada como una muestra de esfuerzo cognitivo.

Esta técnica, basada en unos sensores posicionados a un lado de las pantallas, permite saber hacia qué parte de los monitores los niños y niñas dirigen la mirada, además del tamaño y variación de sus pupilas en intervalos de 16 milisegundos. En el planteamiento del experimento, cuando los participantes hallaban un resultado que no era el esperado, se podía observar un patrón específico de dilatación de la pupila y de exploración de la pantalla. Muchos de ellos, mostraban gran sorpresa al encontrarse con un resultado diferente al esperado.