TUtna encuesta reciente asegura que las chicas empollonas se emborrachan con frecuencia para hacerse perdonar. Pero no hacen falta encuestas. Basta con pasar cada día por las aulas para certificar que nunca en la historia de España estuvo tan denostada la sabiduría. El esfuerzo y el estudio diario no son virtudes ni valores, sino baldones, desdichas, descalabros. Cuando el profesor pregunta a la muchacha estudiosa, la chica titubea: no sabe si responder y llevarse el abucheo de la clase o callarse y recibir un cero, sí, pero también el reconocimiento de las colegas como una de las nuestras. Y las nuestras son las fracasadas, las vagas, las inútiles, las que presumen el lunes de haberse cogido la cogorza más flipante y saberse las últimas muletillas de la duquesa de Alba.

Los estudiosos son marginados y burlados. El primer día de clase se colocan en primera fila y se disponen a arrostrar un curso de penalidades y vilipendios. Se les impondrán los motes más crueles, recibirán mil collejas en los pasillos e incluso habrá madres de vagos y torpes que los señalarán como si fueran culpables del fracaso de sus hijos. Nacer listo y trabajador en España hace unos años era un orgullo. Hoy, es un contratiempo. Pero las chicas estudiosas y los muchachos aplicados han encontrado la manera de hacerse perdonar por los mentecatos. Es muy fácil, basta con emborracharse el fin de semana. Todo con tal de que el lunes te señalen con el dedo: "Mira la pava esa, es una empollona de mierda, pero se coge unas cogorzas la vida de guay. ¡Bah, tiene su punto!