TNto hace falta que me convenzan. Sé que Europa me afecta, que todo lo que allí se decide influye en mi vida. El problema de los euroescépticos es que tienen los pies normales. Entiéndanme, no es que yo sea la seisdedos o que me hayan crecido membranas como a los patos, no. Mi problema es que tengo el pie pequeño, muy pequeño, y los legisladores no pensaron en el calvario al que condenaron de por vida, al cambiar el cuatro por el cinco, a esta pequeña ciudadana europea. Tengo la mala costumbre de calzarme y como, aunque de reducido tamaño soy mujer adulta, tengo la mala costumbre de calzarme como la adulta mujer que soy. Difícil. Muy difícil. Bailarinas y zapatos merceditas . Pare usted de contar.

Amenazaba a los zapateros con denunciarlos al Constitucional porque estaba siendo discriminada en razón del tamaño de mi pie. Me decían que no eran ellos, eran los fabricantes los que me condenaban a calzarme como niña cuando era mujer amante de los tacones y del diseño.

Aturdida y rabiosa seguía descargando mi impotencia contra dueños y dependientes. "Es Europa" me insistían, y al final me rendí a la evidencia. Y así fue como, poco a poco, he ido resignándome. Se trata de recorrer muchas tiendas para encontrar lo más parecido a lo que quieres, en un cinco de horma pequeña. Pongo medias plantillas y, si son botas, lo arreglo con un par de calcetines.

Siempre he creído que tras los Pirineos estaba nuestro futuro, que al ganar a los franceses nos alejamos de los vientos de progreso poniendo a Santiago como cancerbero de España, pero --¿qué quieren que les diga?-- en esto de los zapatos bien que me ha fastidiado esa Europa soñada.

Está claro que existe, influye y condiciona mi vida con sus decisiones.

El problema de los euroescépticos es que tienen los pies normales.