Segundo de Bachillerato es el curso del frenesí. Los jóvenes estudiantes extremeños cumplen 17 años y descubren el estrés. Día tras día, profesores en estado de perpetua ansiedad les exigen más y más y más. Y al final del año fragoroso, un examen al que llaman Selectividad. Es un nombre maldito. Implica escoger a unos y apartar a otros. O sea, seleccionar.

En realidad, no es para tanto. Quien demuestra la madurez intelectual lógica de su edad, aprueba Selectividad aunque no quiera. Incluso la mayoría de quienes no alcanzan esa madurez también aprueba, pero Dani no lo sabe. Este joven extremeño ha mitificado la prueba selectiva desde que llegó a 3 de ESO y el año del frenesí ha supuesto para él una prueba durísima. Para él y para su familia.

Dani vive en un pueblo extremeño de 10.000 habitantes. Desde pequeño mostró gusto por el estudio y se convirtió en la gran esperanza de la familia: sería el primero de una larga saga en hacer una carrera universitaria. Pero entre el sueño y la realidad, un monstruo amenazante mostraba sus fauces: la Selectividad.

A medida que se acercaba, el mito iba creciendo. Se encargaban de alimentarlo los profesores con sus obsesionantes discursos sobre la dificultad del empeño y las madres de quienes ya habían triunfado o sucumbido ante el bicho describiendo en la carnicería sus maldades y sus efectos. "Pues mi niña acabó en el psicólogo... Pues la mía lloraba a todas horas sin razón... Pues el mío, que ya es aparejador, empezó a quedarse calvo cuando la Selectividad...".

MACARRONES A LA BOLOÑESA Y la madre de Dani, espantada ante tanto presagio, volvía de la carnicería dispuesta a prevenir las calamidades con remedios caseros: macarrones integrales a la boloñesa, que son ricos en fósforo, infusiones de verbena contra los nervios, tazones de Infu-Relax antes de acostarse, y mimos, y ánimos, y carantoñas...

A pesar de tanta prevención, la primavera ha sido demoledora. Con los primeros calores de mayo aparecieron los dolores de cabeza, después llegaron los mareos y a continuación, las manchas en la cara y las llagas en la boca. Pero cada contratiempo era contrarrestado con una buena nota en los exámenes y Dani remató 2 de Bachillerato con una media de ocho que le permite, por ahora, estudiar la carrera que desee.

La fiesta de graduación embargó de dicha a sus padres. La verdad, fue un estúpido acto americanizante con bandas impuestas sobre el pecho, diplomas entregados por los profesores, un concierto de bandurrias, un vino de honor y una fiesta discotequera donde se descubrió que los profes también bailan, también beben y también pueden ser catalogados dentro de la especie de los buitres.

Pero tras la resaca, retornó la angustia. Y ahora fue mucho peor porque Dani hubo de sobrellevarla en soledad. Fueron 15 días metido en casa, preparando el examen dichoso y temiendo en cada descanso que un mal día, un tema inesperado o un error hicieran añicos su futuro.

A mitad de camino, Dani tuvo que acercarse al instituto para ponerse en manos del orientador, un pedagogo muy comprensivo que lo encerró en una salita aireada y fresca, le puso música chill-out , lo tranquilizó y lo preparó para no pensar: "Cada vez que te venga a la cabeza un mal pensamiento sobre la Selectividad, debes hacer un esfuerzo casi físico para borrarlo de tu cabeza. Si descansas, no le des vueltas al tema, haz deporte, relájate. Sal con tu novia".

Pero Dani no tiene novia y piensa que eso le salva. Su compañero Pablo sale con Isabel, la chica más deseada de 4 de ESO, y con los nervios y el calor, no hacen más que discutir. Pablo le ha confesado que no se concentra y que está a punto de tirarlo todo por la borda. Dani resiste. A base de footing alrededor de la charca, partidas de San Andreas en la Play Station y películas de Cameron Díaz en el DVD ha conseguido aparcar la angustia hasta el día antes del examen.

Esa noche no pudo contener los nervios. Estalló durante la cena y le gritó a su madre. "Déjame en paz, deja de preguntarme que si estoy bien". Después se fue a la cama, pero no se durmió hasta las tres. A las seis ya estaba en pie, repasando como un poseso. Media hora después, su madre, que tampoco había dormido, apareció sonriente en la puerta de la habitación con una taza relajante de tila mezclada con hipérico y valeriana. Al rato, su padre puso el coche en marcha, Dani besó a su madre, que lo abrazó como si se fuera a la guerra, y hecho un manojo de histerias se alejó del pueblo camino de la Selectividad.