TPtuede que sean verdad sus excusas, aunque suenan mucho a las de mis alumnos: el médico, la reunión con el jefe. Que me ha manchado el trabajo mi hermano pequeño, que no me ha despertado mi madre.

Además había fútbol. Y del bueno, creo, de esos partidos del siglo que se dan cada semana. Pero no hay que ser mal pensado. Un senador es una persona elegida por el pueblo y representante del mismo. No es un chaval de quince años ni un hooligan descerebrado. Es un político. Responsable. Conocedor de sus obligaciones.

Por eso yo quiero creer que son verdad sus excusas. No pude votar porque tenía reunión (qué reunión más importante que esa). O porque tenía que volver a casa.

¿Qué ley se votaba? Nada, una tontería. Algo de técnicas de reproducción humana asistida, lo de los embriones, hombre, esa ley que evita que una mujer tenga que pincharse mil veces cada mes para luego sufrir la extracción de óvulos o que haya enfermedades aún incurables que podrían dejar de serlo con la experimentación. Boberías. Cosas de mujeres, como ven ustedes.

¿Y por qué no salió adelante como venía del Congreso? Porque los senadores que debían apoyarla no estaban presentes. Por diversos motivos. Al otro lado, los últimos minutos del partido de fútbol.

Así que la ley vuelve al Congreso y de ahí al Senado. Otra vez. Para seguir creyendo en la clase política habrá que confiar en la veracidad de sus excusas. En el médico, en la reunión. Todo más importante que su tarea. Esa por la que les pagan y para la que fueron elegidos. O quizá sea preferible confiar en que no haya partido. Qué difícil es no pensar mal, qué quieren que les diga.