Hay un dicho en el mundo del toro para las tardes señaladas. Dice así: "Tarde de expectación, tarde de decepción". Tampoco llegó la cosa ayer hasta ese punto, porque en Madrid sucedieron cosas interesantes. Las que ocurren cuando hay tres toreros tan buenos como los de ayer, que, con la plaza a reventar, dieron lo mejor de ellos.

La corrida, magníficamente presentada, defraudó en parte. Eran toros para aplaudirlos de salida, porque siendo muy serios, estaban muy bien hechos. Bajitos de alzada, bien puestos por delante, rematados de atrás. Además fue pareja la corrida. Pero su comportamiento no fue el esperado.

El toro de la corrida fue el segundo, que llegó a más a la muleta, que tomaba por abajo, transmitiendo. Además, el primero se movió con un punto de genio, por lo que no admitía series largas. Pero de esos dos primeros en adelante, bajó.

Sebastián Castella cortó la única oreja de la tarde. No se le pueden poner pegas al diestro francés, valiente al máximo, técnicamente casi perfecto en su toreo. Pero ya hay que objetarle algo en cuanto a los planteamientos de sus faenas. Su gran toro pedía sitio en los cites y la primera parte del trasteo a ese segundo resultó magnífico por la hondura y limpieza de las tandas en redondo. Pero después, porque a él le gusta pisar ese terreno, acortó distancias, que es algo que emociona mucho aunque ayer no fue lo adecuado. El quinto, manso de inicio, se vino a menos. En esa faena hubo fases buenas, cuando le llevó por abajo y le dejó la muleta puesta, y otras en las que hubo algo de anodino.

EL JULI, A MEDIAS El Juli estuvo muy bien con el que abrió plaza pero, frío el público, no acabó de entrar en la faena. Intentó llevarle por abajo pero seguía la muleta al comienzo de las tandas en redondo, mas después protestaba. Fue una labor solvente. El cuarto resultó justo de raza y soso. También blando. El Juli necesitaba más toro.

Y Alejandro Talavante pudo cortar la oreja al sexto si hubiera muerto el toro tras la media estocada. Fue ese un toro al que faltó fondo, ese remate del muletazo. Muy valiente el torero, lució en plenitud una técnica maravillosa e impropia de un torero tan joven: la sutileza en los toques, sobre todo a mitad del muletazo. Solo así se puede pasar los toros tan cerca y, ante un extraño, no rectificar porque el burel obedece al torero. De infarto fueron las bernardinas finales. El tercero fue el peor del encierro. Sólo quiso tablas en los terrenos de chiqueros y allí le planteó la pelea el torero, sin lucimiento ciertamente.