Los expertos eran seres inofensivos. Aparecían discretamente ataviados, tímidamente dictaminadores si alguna sociedad les requería. Si encontrabas a uno de ellos en el ascensor, el individuo carraspeaba como si tal cosa, para después añadir palabras comunes tipo vaya frío o parece que se anuncia agua. El experto hoy es un tipo especializado en lo inane o en inculcar temores, que ya no hablará de cosas corrientes, pero ocupa un lugar imprescindible en nuestras estructuras, para intervenir en cada aspecto cotidiano y aparecer de pronto dispuesto a catequizarte sobre próximos devenires. Puede que el cambio climático te importe un bledo. Es posible que la recesión te la sude. Podrías ser uno de esos a quienes la crisis trae al fresco, los estatutos de autonomía también, no escuchan los mensajes navideños ni creen en los reyes magos. Da igual. El experto se empeñará en soltarte una milonga y hará lo posible para que la corees con estribillos de siempre: hacia dónde vamos, esto se pone negrísimo, qué barbaridad, etcétera. Ahí le llega el triunfo, entre ciudadanos convencidos de esas expertas pero mentirosas o, cuando menos, vacías, palabras. Recuerda: se avecinaba un otoño seco, en realidad desbordamientos y frío. Por si fuera poco, se reúnen ahora unos expertos en Moncloa para --dicen-- decidir sobre Europa y nosotros, que no tenemos la culpa de haber nacido europeos. A saber lo que andarán tramando. En todo caso, conviene cuidarse del experto. Huye de él. Sobre todo, nunca creas lo que dice. Hablará de catástrofes improbables, tratará de engañarte con bonanzas que serán humo mucho antes de iniciarse. Desconfía, que ya van los magos y las ilusiones de vuelta a oriente.