Sin conseguir triunfos redondos, bien alto dejaron ayer el pabellón los toreros extremeños. Es un dato pero que el cartel de ayer de San Fermín lo completaran tres toreros de nuestra tierra, formados los tres en ese manantial que no se seca y que es la Escuela Taurina de la Diputación de Badajoz, es una alegría, es un orgullo y es algo que envidian fuera de nuestra región.

No les acompañó en exceso la corrida de Núñez del Cuvillo, falta de clase salvo alguna excepción. Pero tanto Antonio Ferrera, como Alejandro Talavante y Ginés Marín pusieron todo de su parte, con distinta suerte pero con el denominador común de la entrega, de la personalidad, -divino tesoro- y de la maestría pues los tres toreros dejaron claro el porqué ocupan un lugar señero en ese mundo hermoso, pero complicado, que es el del toreo.

Antonio Ferrera dictó una lección ante el cuarto de la tarde, el toro de la merienda. Fue un toro bravo e importante, el mejor de la tarde, al que lució en un quite delicioso por delantales y el remate la media, de mucha prestancia. Con muchos pies en banderillas, brilló Antonio, sobre todo en un tercer par al quiebro de mucho ajuste.

Brindis a Luis Carlos Franco e inicio de faena desde los medios citando con un juego de muleta para enganchar al animal al natural. Muletazos largos y profundos. Segunda importante, el toro con mucha transmisión, con mucho que torear, y el diestro que lo llevaba por abajo.

Faena redonda

Fue una faena redonda de principio a fin por ambos pitones, con sentimiento y regusto, encajado el torero, con buena puesta en escena. El cite dando sitio, con el toro galopando, era algo que tenía sentido porque Ferrera lucía al toro pero él aprovechaba esa inercia para que todo tuviera continuidad. Citó en la suerte de recibir para conseguir una media, siendo volteado de mala manera al descabellar. Fuerte petición, que no atendió un presidente de poca sensibilidad. En detrimento del torero jugó que la plaza estaba a mandíbula masticadora, pero los pañuelos fueron muchos.

El primero de la tarde fue un burel de deslucidas embestidas y Ferrera hizo una labor de orfebre al ir haciendo al toro con esa premisa irrefutable que es el temple. El astado no humillaba y el torero lo llevaba sin dejarse tocar la tela. Se quedaba muy corto el animal por el pitón derecho y Ferrera le corrió la mano con limpieza al natural, para volver a la diestra en la que fue una faena de poso y de torero maduro, de mente despejada y solvencia en el manejo de la muleta.

La faena de Alejandro Talavante al segundo fue premiada con la única oreja de la tarde. Era un toro menos rematado a lo que es usual en Pamplona, pero era una pintura, astifino y ancho de testuz. Toro de finas hechuras, que tomó bien el capote del torero, humillaba.

Comienzo de faena de Talavante llevando al animal hacia delante. Al natural, un punto gazapón, obligaba a Alejandro a perderle pasos. Segunda serie, ya con acople y tercera magnífica, allí estaba el natural largo y profundo de esta máxima figura del toreo. A los acordes de Nerva, con la diestra, inició otra serie con un farol, para seguir por abajo, que es por dónde el toreo cruje los corazones. Toro codicioso, con la virtud de repetir e ir largo aunque quería soltar la cara al final del muletazo, y faena intensa, la que da la ligazón y la que da el remate del muletazo, porque dejar al toro bien colocado, en su sitio, es lo que permite las series y que el toreo tenga ritmo.

Bien hecho el quinto, metía bien la cara pero se quedaba corto. Pronto en los medios Talavante, muy molestado por el viento. El toro no era un dechado de virtudes pero era obediente a los toques. Eso y las manos en las que cayó, mejoró su embestida. Primero con la diestra y después al natural, consiguió Talavante llevarlo largo y por abajo, con ese remate suyo tan bueno.

Faena a más, con esa muleta enceladora, y manoletinas finales. Pero ¡ay!, ayer Talavante no tuvo confianza con la espada y se esfumó la oreja que le habría permitido abrir la puerta grande.

Ginés Marín tuvo el peor lote, tanto que no le dio opciones. Dos toros de una corrida de Cuvillo un punto rara, porque los defectos de sus dos toros fueron palpables.

Metió bien la cara en el capote del oliventino su primero. Manso en el caballo, tomó dos picotazos y se dolió en banderillas.

Brindó al público y comenzó su faena por estatuarios en el tercio. Toro cambiante por deslucido, pegaba un gañafón al final del muletazo y daba cuenta de su aspereza. Firme Ginés, con vergüenza torera, lo intentó por ambos pitones, sin lucimiento.

Castaño albardado y menos abierto de pitones el sexto. Alto de agujas, ni humillaba ni tuvo fijeza en el capote de Ginés. Huido del caballo, aprovechó Ferrera para el quite por lustrosas chicuelinas. Toro de nula entrega, esperaba en banderillas y apretaba para los adentros.

Sin preámbulos, el torero en el tercio para torear en redondo con la diestra, con buena colocación para encelar al toro, que iba y venía sin humillar. Al natural con las mismas premisas, el diestro ponía lo que el burel negaba. Toro sin clase, cicatero al embestir por abajo, y Ginés muy por encima. Naturales con gracia a pies juntos y poco más pudo hacer, salvó matar muy bien. Como a su primer toro.