THte vivido 20 años frente al mar. En el trabajo, sabía que se acercaba la hora de salida porque veía llegar los barcos cargados de pescado al puerto de Vilaxoán y el tiempo del café era marcado por la sirena de la fábrica de conservas Cuca. Ir a la plaza era una delicia porque paseabas entre decenas de puestos rebosantes de pescados brillantes y las pescantinas, que eran muy zalameras, me decían rubito, guapito, cómprame estos bacaladitos, a pesar de que ya entonces gastaba la calva canosa que corona mi persona. Sin embargo, en ningún lugar he comido un pescado tan variado, tan barato y tan bien desespinado, desescamado y cortado como en Extremadura.

El otro día, este periódico publicaba un estudio demostrando que el pescado en Extremadura llega a ser un 25 % más barato que en las ciudades costeras. Y es rigurosamente cierto. Porque aquellas pescaderas halagadoras me decían rubito y guapito, pero me cobraban la merluza a 2.000 pesetas y en Cáceres la consigo fresca por seis euros. Me pedían por el rape más de 3.000 del ala y el otro día me traje una cola entera de oferta a siete euros. Y para más inri, en la costa no me vendían las piezas en rodajas, sino enteras, y no me desespinaban, desescamaban ni fileteaban los rapantes (gallos), las japutas (palometas) ni las xoubas (sardinillas). Ahora que llega la Navidad y todos acabamos pasando por la pescadería, me apetece hacer este homenaje a los pescaderos y pescaderas de la región, que ofertan una variedad inigualable de mercancía y te la venden lista para freír, asar o cocer. Aunque no te llamen guapito ni rubito.