TFtrágiles. Seguimos siendo frágiles. Un huracán, un iluminado con una mochila-bomba o al mando del ejército más poderoso del mundo pueden destrozar la vida de miles de personas. El Katrina ha desvelado en Nueva Orleans la crueldad del liberalismo salvaje. Ya saben: el estado debe ocuparse de pocos asuntos para que los ciudadanos no se acomoden a las limosnas, luchen y los mejores salgan adelante. ¿Y los peores? Bueno, que no hubieran sido peores. Bush sabe ordenar invasiones, pero no entiende de sanidad pública, ni de educación para todos, ni de cambios climáticos. Obsesionado con el terrorismo, lo de Kioto le suena a jeringonza y cree que las catástrofes se arreglan subiéndose las mangas. Con tipos así cayó el imperio romano y los romanos no se dieron cuenta hasta que ya se habían caído.

Es en estos momentos de tribulación cuando da gusto vivir en Extremadura. A veces, te sientes lejos de todo y envidias la vorágine, el frenesí y las novedades. Pero cuando en el quid del mundo los iluminados actúan o el liberalismo feroz enseña lo peor de sí, la tranquilidad de este pequeñito estado de bienestar te reconforta y te acuna la mediocre placidez de la provincia. Es verdad que hay listas de espera y que el curso escolar empieza sin dar tiempo a que los institutos se organicen. Hay algún incendio, algún atasco, Renfe vende billetes para trenes que no existen y un mendigo apodado Cañita Brava defecó en la plaza Mayor de Cáceres y amenazó con un palo a los empleados de la limpieza. Pero Extremadura sigue siendo un sitio tranquilo.