Buenos días, bienvenida al servicio automático para concertar su cita previa con Hacienda, dice una voz de hombre amable y educada, que parece querer seducirte antes de llevarte a las cimas de la desesperación. Marque su NIF, y una, obediente, lo teclea, sin saber que en ese pequeño gesto está el primer escalón de un Himalaya de ampollas en los dedos. Marque uno si es usted persona física. Marque uno si la declaración del año pasado fue a devolver y luego marque también uno si quiere que le sigamos atendiendo en castellano. Marque uno si tiene acciones, marque dos si tiene hijos menores de dos años, marque tres si tiene personas mayores a su cargo, y otra vez uno si ha vendido su piso el año pasado. A estas alturas, una ya no sabe si ha vendido el piso o si mejor vendería a su madre por conseguir esa cita que prometen rápida en los folletos y que no parece llegar nunca, mientras la voz de encantador de serpientes sigue preguntando. Y, por fin, cuando has tecleado ya todo lo tecleable, el gran hermano se da por satisfecho y te ofrece varios días para elegir. La voz te ordena escuchar hasta el final, y, respiras, como ante la primera cita con el futuro padre de tus hijos. Y, de pronto, lo único que puedes hacer es reírte, porque aunque te han preguntado mil veces dónde vives, te ofrecen mil lugares peregrinos, como si hubieras llamado más bien a Información de Turismo. Te dan ganas de insultar a esa voz enlatada pero cedes y eliges cita en Vitoria, por ejemplo, y luego marcas el tres para solicitar que te atiendan en vasco, total, ya que te obligan a viajar, al menos aprendes el idioma.