TBtuscáis la fama, pero la fama cuesta, decía en una serie de mi juventud la profesora de baile a los aspirantes, embutidos en las mallas y calentadores que luego se pusieron de moda. Me acuerdo de esta frase siempre que alguien dice que escribe para sí mismo, y que no quiere ser leído más que por unos pocos íntimos escogidos. Ja. He visto cómo personas que se decían tímidas se convertían en pavos reales si les concedían un premio, y leían no solo su cuento sino hasta el Quijote entero si les hubieran dejado.

Aquí todos aspiramos a estar en boca de los demás con nuestros libros, desde el humilde aspirante hasta el autor consagrado. Y no hay nada de malo en ello, faltaría más. Uno se presenta a un concurso literario para ganarlo y uno escribe para que lo lean. Es más, es que la escritura alcanza su sentido en los lectores, en todos ellos. Y lo demás es cuento.

Otra cosa es cómo se consigue eso, porque a veces, ay, muchas veces, el libro en cuestión no es suficiente para atraer lectores, y debe echarse mano de los artificios. La voz impostada, la pose, abominar de los clásicos sin haberlos leído, vestirse de negro o arrimarse al poder reinante. Incluso presumir de que no se necesitan lectores, o solo unos pocos escogidos, nada de vulgo profano.

La fama. Inconstante, huidiza. Tan perseguida por los mismos que reniegan de ella, tan vendida en boca de sus detractores.

Es tan fácil perder la cabeza. Menos mal que a una normalmente la ponen en su sitio los alumnos. Pregunta uno de ellos si es verdad que soy famosa, y otro responde enseguida, cómo va ser famosa, tío, no ves que está aquí trabajando. Pues eso.