THtay adjetivos y nombres incompatibles como el agua y el aceite. En griego se llama oxímoron, y su uso literario produce efectos hermosísimos: dulce llaga, soledad sonora... En la vida real, sin embargo, resulta escalofriante: guerra preventiva o humanitaria, lectura obligatoria. Familia política. No me digan que no es espantoso. No sé cómo la conferencia episcopal, tan dada a defender la familia, aún no ha se pronunciado. A quién se le ocurriría unir este adjetivo a un nombre tan hermoso. Hay pactos políticos, políticas de guerra, corrupciones políticas ¿pero familias? La verdad es que es un nombre al que le cuadran pocos adjetivos, por más que se empeñen los taxidermistas oficiales, obsesionados con clasificar cualquier especie: familias monoparentales, numerosas, de acogida... Y las políticas, que a veces hacen honor a su nombre de guerra. Hay cenas de Nochevieja en que la única lengua común es la viperina, y donde se necesitaría a la ONU (y a sus intérpretes) para proponer un plan de paz. Hay pisos compartidos con suegros o cuñados en los que el pasillo es una frontera más feroz que la de los territorios palestinos, y cuando hablamos de bautizos o comuniones, ríanse ustedes de las guerras de religión. Llamamos fundamentalistas a otros, pero mataríamos porque nuestra niña no llevara el nombre de la suegra o no luciera los faldones de su primo. Es complicado esto de la familia. Funciona mientras son los que son, y a veces es difícil. Si encima juntamos especies distintas, la catástrofe natural es segura. No nos extinguirá el cambio climático, sino una cena familiar. Política, por supuesto.