Casi no me he dado cuenta y ya ha pasado casi un año desde que arranqué la primera hoja del calendario. Nos decían que en 2010 la crisis habría terminado. Tenía yo prisa por arrancar hojas, tantas, que ya sólo me quedan unos pocos días para tirar los despojos. Ya tengo guardado, flamante, el nuevo que comienza en viernes, como si fuera el presagio de un año que viviremos expectantes ante el ya próximo merecido descanso.

Nos dijeron en 2008 que sería en 2010. Ya, mientras arrancaba los días consumidos, me di cuenta que no, que el asunto se dilataba, pero no quiero ser pesimista. Aunque nos lo están fiando tan largo como Sancho a don Alonso, veo que la cosa esta de la crisis va mejor. No tengo conocimientos ni ganas para analizar si lo realizado por el gobierno Zapatero ha servido mucho o poco, pero confío en que, lo mismo que la catástrofe financiera de EEUU nos arrastró al fondo del saco, ahora que ellos --y otros tan poderosos como ellos-- están subiendo por las costurillas, aprovechemos la coyuntura y subamos agarrados a sus faldones. Detrás, sin despegarnos, como cuando en mitad de la niebla aparecen los faros traseros de otro coche que, por ser mejor que el nuestro o tener su conductor una mayor pericia, nos guían a través del túnel blanco.

Tengo la impresión de que, quienes aún conservamos nuestros empleos, hemos perdido algo del miedo que nos mantuvo los bolsillos cerrados en esta misma época del pasado año. Veo las calles comerciales llenas, a la gente entrando y saliendo de las tiendas con bolsas en las manos. Es como si algo del temor que nos atenazó durante meses se hubiera disipado.

Con fuerza renovada miro ya de reojo el nuevo calendario, deseosa de deshojarlo. Un año que comienza en viernes tiene que ser, por fuerza, un buen presagio.