TLta semana pasada una sentencia de la Audiencia Provincial de Madrid censuraba la acción de unos agentes del Seprona que habían realizado investigaciones en una clínica. No voy a entrar en el asunto en sí mismo, sino en el hecho de que la citada sentencia recrimine a dichos agentes por haber buscado un juzgado favorable a sus tesis.

Así que los tribunales son como los periódicos, unos más de derechas y otros más de centro. Incluso en el Superior de Andalucía se habla sin reparo de una sala llamada Vaticana, tal vez por las constantes vinculaciones de sus sentencias con la doctrina de este diminuto país con infiltrados por todas partes. Imagino que ser juez debe de ser una tarea difícil, que la ecuanimidad no es virtud que se apruebe estudiando temarios y que la objetividad no se logra aprendiendo artículos del código civil.

Por eso hay jueces que amparan la existencia de colegios en los que se separe al alumnado en función de su sexo, otros que acusan a las minifalderas de incitar a la violación, otros que creerán siempre al testimonio del poderoso frente al marginal, y no faltarán los que acaben defendiendo a los de su clase social adinerada, a los especuladores y depredadores del patrimonio público, a quienes visten trajes a lo Camps y pasean en coches de lujo, frente a lo que denominarán el vulgo y la gente de poca clase. Me da igual si mi médico o mi carnicero son maoístas o del Opus, pero me gustaría que quienes tengan que impartir justicia, independientemente de si son budistas o hippies, no dejen rastro de sus prejuicios o sus opiniones a la hora de dictar sentencias.