TNti Atrio ni Aldebarán, ni Rocamador ni Ferrán Adriá en el NH de Trujillo. Mi restaurante favorito no tiene toques deconstructores, ni estrellas Michelín. Es más, ni siquiera es un restaurante, sino una casa de comidas y se llama La Felisa, así, con un la como una casa delante como garantía de naturalidad. La casa de la Felisa está en la cacereñísima calle de Sergio Sánchez. En el primer piso de una casona maciza, Felisa dispone sus dos comedores de mesas corridas, jarras de agua, vajilla maternal y manteles familiares. Tú llegas y te sientas. Felisa te recita el listín de primeros y segundos, te levantas a un mostrador, coges las viandas y a comer el potaje, las croquetas, las pijotas...

En casa de Felisa se comparten la mesa, la conversación y las miradas. Puedes comer entre una funcionaria de Cultura y un periodista, frente a un estudiante o un artista, pero siempre estarás a gusto porque Felisa relaja, el ambiente anima y la comida te emborracha de sabor. Así que acabas levantándote a por las natillas y a pagar los cinco euros dominado por la euforia. La Felisa es amiga de la Viki, y vuelvo al la porque será vulgar, pero no conozco mejor manera de resumir los encantos de estas damas, y entrambas van a convertir su paladar cubano en un restaurante con sabor. Viki tiene un bar irrepetible frente a las Claras y Felisa despacha algunas noches megapinchos y supertapas por la Conce. Han unido sus fuerzas para crear un holding de comida casera, han comenzado las obras y yo ya he reservado mesa para comer allí en el Womad con mis amigas malabaristas.