Parece mentira que una corrida de encaste Juan Pedro Domecq, con dos toros casi en los 700 kilos, embista como lo hizo la de ayer. Rompió con el dicho de que el toro, para emplearse, al menos debe de estar en tipo. Sería casi un milagro, pero el caso es que el encierro de El Ventorillo, salvo el lote de Juan Bautista, fue muy potable. Con varios toros que metieron la cabeza con clase, por abajo, repitiendo las embestidas.

Antonio Ferrera sólo pudo dar una vuelta al ruedo, debido a la especial idiosincrasia de Pamplona, cuando una gran parte de la plaza está a lo suyo, que es la merienda durante la lidia del cuarto toro. Porque el torero extremeño estuvo solvente al máximo.

Ese cuarto fue uno de los buenos toros de la tarde. Tomaba los engaños con nobleza y con clase por abajo. Ferrera lo entendió muy bien y, como siempre, dejó que lo picaran lo justo. Así cuajó un buen tercio de banderillas, dándole todas las ventajas, que sucede así tras elegir terrenos complicados, y dejarlo llegar mucho.

La faena de muleta tuvo, sobre todo, limpieza, y fue la obra de un torero hecho, al que le funciona la cabeza y ha conseguido una gran destreza técnica. Así fue capaz de llevar a ese animal sin que le punteara jamás la muleta, por abajo, con la premisa de dejarle el engaño siempre puesto.

Las series, primero en redondo y después al natural, resultaron muy ligadas. No calaron lo que merecía la entrega del torero, pero la satisfacción, que no procesión, la tuvo que sentir el Ferrera en una aclamada vuelta al ruedo.

Embestidas

El primero, aparte de la frialdad que siempre encuentra el diestro cuando abre plaza, fue un toro noble pero al que costaba rematar las embestidas.

Cuajó también Ferrera un aplaudido tercio de banderillas y estuvo solvente con él, en una faena con buenos momentos de comienzo, antes de que el animal se viniera a menos.

Salvador Cortés cortó al sexto una benévola oreja. Pero ese fue un trofeo que deja al descubierto sus carencias. Sobre todo que no lleva a los toros, algo esencial. Cierto que procura dejarlos crudos en el caballo, para que después se muevan. También que les da sitio y el galope de los astados llega a los tendidos. Pero, además de eso, hay que rematar el muletazo y no mover los pies cuando aún no se ha abarcado y conducido toda la embestida.

Por todo ello desaprovecho el mejor lote. A ese sexto que, feo de hechuras, sacó gran clase en el último tercio. Y al tercero, otro buen toro que se movió sin un mal detalle, y al que hizo un trasteo que no dijo nada.

El francés Juan Bautista pechó con la más fea. Tuvo un primero que se movió mucho pero sin clase, que a veces topaba y siempre salía con la cara alta. Y un quinto áspero, con genio, con el que lo intentó en una faena de imposible lucimiento.