El fetichismo se cierne durante años sobre las dos principales compañías japonesas --Japan Airlines (JAL) y All Nippon Airways (ANA)-- y convierte los vestidos de sus azafatas en piezas que alcanzan altos valores en el mercado negro de Tokio.

Pero en un país en el que hay prostíbulos de muñecas hinchables, gente que paga 100 euros por un frasco de saliva de mujer y locales que simulan un vagón de metro para que los hombres ejecuten a placer la fantasía de manosear; que el propietario de un burdel pague 2.000 euros por un uniforme para elevar la calidad del espectáculo es razonable.

¿2.000 euros? A veces más. Ambas aerolíneas están al tanto del --así lo llamó la revista de viajes Travel News -- "atractivo sexual subversivo" de sus uniformes, y han tomado medidas para evitar que acaben en el mercado negro: numerar cada modelo para rastrear cualquier ejemplar perdido, y hacer, tal y como dijo hace poco un portavoz de JAL, "virtualmente imposible que un empleado conserve su uniforme después de dejar el trabajo".

Eso, claro, en circunstancias normales; pero la quiebra de la aerolínea, hace dos meses, el despido de cerca de 1.300 azafatas y la posibilidad de que miles de prendas queden a merced de los fetichistas hace temblar a los directivos japoneses: bastante dañada está ya su imagen como para agregar la mala publicidad de un montón de obsesos buscando uniformes.

"Es difícil de saber, pero suponemos que es en estos momentos de enfado y confusión cuando el mercado negro de uniformes debería funcionar bien", declaró hace poco Yu Teramoto, propietario de una tienda de ropa fetiche en Tokio.

El fetichismo japonés, rayano en la perversión, considera que el uniforme vale más cuando satisface dos condiciones: que esté usado y que esté sucio.

El de las azafatas de la compañía aérea JAL tiene el valor agregado de haber sido diseñado --al menos en las que fueron sus primeras versiones-- por Hanae Mori, algo así como la emperatriz de las diseñadoras japonesas, lo cual al parecer resulta estimulante para los japoneses. La palabra, pues, es apetito: japoneses que, con la quiebra de la aerolínea, babean porque ven cerca el poder regalar a sus amantes un uniforme auténtico.

Compra de la compañía

La propia compañía aérea, de hecho, tuvo que rebajarse hace unos años a desembolsar cerca de 1.700 euros para recuperar uno de esos trajes de internet.

La aerolínea ha alegado razones de seguridad --un uniforme siempre abre puertas en un aeropuerto-- para exigir a las azafatas que, aun en este contexto, que es excepcional, devuelvan las prendas, confiando en que a pesar del despido mantendrán el espíritu corporativo y descartando medidas como la incorporación de un chip en la ropa (cosa que sí ha hecho la competencia).

Pero parece difícil que no se filtre un porcentaje significativo de estos uniformes, y que no empiecen a circular por las tiendas fotos polaroid de las azafatas interesadas en venderlos.