TMte gustan más los sustantivos que los adjetivos. Más que nada por la sustancia que tienen. Los adjetivos corren el peligro de ser ñoños, exagerados o injustos. Y además se quedan en nada, en algo subjetivo que puede convertirse en antónimo a los ojos de otra persona. En cambio los sustantivos son siempre tangibles, incluso cuando hablamos de términos abstractos. Un botijo lo es para los de izquierdas y para los de derechas, cristianos y ateos. Calificar es relativo y hasta los colores o formas dependen de si uno es daltónico o padece astigmatismo. Hoy es uno de esos días en los que, puestos a elegir, prefiero el sustantivo y paso del adjetivo, me quedo con la fiesta y dejo a los demás que se repartan lo de nacional. Tampoco soy de los que siguen al pie de la letra los consejos de Brassens y Paco Ibáñez para este tipo de jornadas, porque es mejor madrugar para disfrutar despierto cada minuto de un día que, si no lo interrumpe un desfile, suele ser calmo y silencioso. Un sustantivo puede guardar mucha información, pero no hay nada como un lápiz USB de esos que llaman pendrive . Los niños tratan de epatar a sus abuelos con ellos: "¡Aquí caben mil libros!". Y los abuelos no se lo acaban de creer. También caben 17.000 folios de sumario o toda la contabilidad B de un partido político. Antes los registros policiales para detener a los corruptos necesitaban de decenas de funcionarios acarreando cajas de documentación. Hoy todo cabe en la palma de la mano y no es extraño que algunos maldigan a estos aparatitos con adjetivos de cuatro letras. Tanto hablar de la nación que se les ha estropeado la fiesta.