THtoy día cuesta entender que en la Antigüedad los artistas no firmaran sus obras. Han cambiado tanto los tiempos y las motivaciones que en el arte actual lo importante a veces no es la obra sino la firma. El Museo del Prado, centro de reunión de un nutrido grupo de pintores altruistas que se entrega en cuerpo y alma cada semana de martes a viernes para hacer copias de sus cuadros preferidos, ha sido también el epicentro de una polémica desde que se anunciara que El Coloso no iba a formar parte de la exposición Goya en tiempos de guerra . Mientras los primeros, en un ejercicio legítimo e incluso envidiable, se esfuerzan en estampar su firma en copias de sus cuadros preferidos, los críticos de arte adscritos al Museo rechazan que El Coloso fuera pintado por Goya . Todo podría haber quedado en una anécdota trivial, pero resulta que son también muchas las voces solventes que desconfían de este veredicto, sospechosamente abonado por opiniones estimables pero no por pruebas científicas.

Tenemos, pues, la obra de arte pero no la firma consensuada ; el cuadro podría ser de Goya, de su alumno Asensio Juliá o de vaya uno a saber. El asunto tiene su morbo, porque ahora más que nunca queda en entredicho el corpus crítico, indeciso a la hora de explicarnos quién es el sastre que le ha hecho el traje al rey desnudo.

Mientras se resuelve el dilema --si es que llega a resolverse--, los más avispados se cuidarán de ensalzar o de menoscabar abiertamente la calidad del cuadro, aunque en buena lógica cabe suponer que sus aciertos y errores habrían de ser los mismos al margen de si la mano que lo pintó es famosa o no.