TLta anécdota sucedió en el instituto de Alcántara hace unos años, pero podría pasar en cualquier instituto extremeño. Estaban los docentes en la sala que les sirve de asueto cuando se asomó por la puerta un alumno que, sin mediar saludo ni preámbulo, preguntó de improviso por cierta enseñante: "¿Está la Flor?". Una profesora lo reconvino con cariño: "Se llama Flor, debes preguntar por Flor, no por la Flor". El chaval no se arredró, sino que replicó cargado de razones: "Sí hombre, es lo que me faltaba, que también tuviera que hablar como vosotros, con estilo literario" .

La literatura está de rebajas: basta con eliminar la tarjeta de presentación la y el para que lo coloquial se llene de extrañeza y alcance las cimas excelsas de la belleza. Hoy, en Extremadura, si un joven te llama por tu nombre a secas, te puedes sentir un privilegiado y el muchacho ya puede ir avergonzándose: le impondrán el terrible mote de literato. En las aulas extremeñas, desde las del instituto más chic del centro de Cáceres o Badajoz hasta las de la alquería más recóndita, estudian la Vanessa, el Fran, la Bea y el Guille. Los profesores no se llaman don Antonio ni don Sebas, sino la Carmen, la Ana, el Juanjo, la Guadalupe, la Flor... No les ponen ni motes, no vaya a ser que se hernien imaginando. La zafiedad presentadora llega ya hasta el Jesulín, el Saponi, el Landero y la Lola Pallero. Sólo se salvan del vulgarismo los profesores de Religión. Por no sé qué misterio insondable, con ellos se prefiere el estilo literario : siguen siendo don Vicente, don Rafael, don Juan...