El último intento de la petrolera BP para frenar la fuga de crudo en el golfo de México ha resultado un fracaso. El bautizado método top kill, consistente en inyectar 30.000 barriles de lodo pesado para bloquear el derrame, no ha dado los resultados esperados. La noticia ha irritado al presidente de EEUU, Barack Obama, que ha manifestado que lo ocurrido es "tan enfurecedor como doloroso".

"No hemos podido detener el flujo" de petróleo que mana del pozo a 1.500 metros de profundidad, ha declarado el director de operaciones de BP, Doug Suttles, en una rueda de prensa.

Ahora, la petrolera intentará un nuevo método, que, como el anterior, tampoco se ha probado antes: serrará, por medio de robots submarinos, la tubería rota y cubrirá los restos con una cúpula, una solución similar a la que ya se intentó hace unos días sin éxito. Esta operación podría tardar cuatro días en completarse, según ha indicado Suttles. En ese intervalo, el petróleo seguirá emanando al mar sin ningún tipo de control.

ÉXITO INCIERTO

El nuevo sistema para tratar de tapar la fuga tampoco tiene el éxito asegurado. De hecho, Suttles no ha podido precisar el porcentaje de éxito de este próximo intento. La empresa había estimado que el sistema top kill, que ahora ha fracasado, tenía entre un 60 y un 70% de posibilidades de éxito. El propio Obama ha advertido de que este método "no carece de riesgos y no se ha intentado nunca".

De todas maneras, cualquier solución a la que se llegue sería temporal. La solución definitiva no se logrará al menos hasta dentro de dos meses, en agosto, los necesarios para concluir la perforación, ya en marcha, de un nuevo pozo que reemplace al averiado.

ENTRE 12.000 Y 19.000 BARRILES DIARIOS

El derrame se ha convertido en el peor de la historia, una vez que los científicos han corregido sus cálculos, que inicialmente contaban que la fuga equivalía a 5.000 barriles de petróleo al día, y ahora consideran que el crudo que mana del pozo alcanza entre los 12.000 y los 19.000 barriles diarios.

La catástrofe, que comenzó tras la explosión de la plataforma petrolera Deepwater Horizon, el pasado 20 de abril, se ha convertido en un verdadero quebradero de cabeza para el Gobierno estadounidense y el presidente Barack Obama, contra el que crecen las críticas acerca de la gestión del problema.