Las delegacion- es llegaron a la cumbre de Copenhague sabiendo perfectamente qué era lo que había que hacer contra el cambio climático. Se trataba de que los países industrializados aceptaran emitir menos gases de efecto invernadero y que las potencias emergentes contuvieran su ritmo de producción. Así se evitaría un aumento de la temperatura de dos grados con respecto a los niveles preindustriales (1,2º si se cuenta desde el 2009), que es el umbral que separa un calentamiento asumible, o casi asumible, de una catástrofe ambiental con daños irreversibles y con un impacto socieconómico monumental. Todos conocían sus deberes, pero nadie los hizo. Con las propuestas conocidas, pues no hubo cambios en la capital danesa, la temperatura aumentará al menos tres grados. Los intereses económicos a corto plazo han prevalecido sobre la salud del planeta.

La 15 Conferencia de las Naciones Unidas sobre Cambio Climático (COP15), que oficialmente acabó ayer a las 15.30 tras una maratoniana sesión iniciada 24 horas antes, dice en sus conclusiones finales que la comunidad internacional debería evitar que las temperaturas aumenten los citados dos grados, pero no se pronuncia sobre cómo hacerlo y quiénes deben llevar el peso. La ONU ha calculado que sería necesario que los países desarrollados emitieran entre un 25% y un 40% menos que en 1990, pero las ofertas anunciadas, todas voluntarias, se limitan a un 17%. No se llega.

NOS VEMOS EN ENERO Aunque la cumbre ha emplazado a los negociadores a que presenten nuevas propuestas antes del 1 de febrero, la experiencia de más de 10 años de negociaciones huecas invita a ser escéptico. El último informe del IPCC, el grupo de expertos de la ONU, era muy ilustrativo cuando comparaba el cambio climático a un tren en marcha: cuánto antes se apriete el freno, menos tardará en pararse. Si no se hace nada con rapidez, los esfuerzos que se emprendan dentro de unos años deberán ser mucho mayores.

Aunque se esperaban avances, la cumbre tampoco ha acordado un objetivo internacional a largo plazo, en el horizonte del 2050, ni ha propuesto un año en el que la producción de CO2 debería llegar al máximo (la ONU sostiene que debería ser entre el 2015 y el 2020). Un detalle técnico es muy descorazonador: en el documento final ha desaparecido incluso "la necesidad de alcanzar un tratado jurídicamente vinculante" en la próxima COP16, que se celebrará en México dentro de un año. Para al menos avanzar, la canciller alemana, Angela Merkel, propuso organizar una conferencia a medio plazo en Bonn. Sería en junio.

El acuerdo alcanzado más relevante es la puesta en marcha de un plan de ayuda urgente para que los países más desfavorecidos puedan hacer frente a los estragos del cambio climático. Sin embargo, los términos son confusos. Los países desarrollados deberán aportar 21.000 millones de euros en el periodo 2010-2012, aunque sin precisar lo fundamental: quién los pondrá y quién los recibirá. El texto hace referencia a "una variedad de fuentes" para la obtención del dinero, por lo que deja la vía libre al mercado de compraventa de emisiones o a nuevos impuestos. Las donaciones anunciadas por Japón (7.700 millones), la UE (7.300 millones) y EEUU (2.500 millones) han sido hasta ahora voluntarias. Las cantidades irían en aumento hasta alcanzar los 72.000 millones anuales en el 2020.

Los acuerdos son aún peores si se tienen en cuenta las expectativas que se habían depositado en Copenhague. Hay un riesgo evidente de que el desánimo social empiece a cuajar tras observar la inacción de los políticos. Ni siquiera el presidente de EEUU, Barack Obama, ha salido lo fortalecido que esperaba.