Vengo de Cartagena. Una playita y dos procesiones. Y vuelvo por Madrid. A despecho de atascos. A sabiendas, me meto en el jaleo. A sabiendas, que es como gustan los jaleos. Porque Talavante se encierra en Las Ventas con seis toros. Con seis toros y consigo mismo. ¡Qué bonito suena! Como una promesa. Con el aire de una gesta antigua. ¡Bendita locura!

Madrid está hermoso, retrechero y juncal. Paso por la Puerta de Toledo. A mi izquierda el rastro y su bullicio. Atocha y el Retiro. Ya allí todo es alegría.

Ya mi sombrero tiene rumbo torero al pasar por la calle de Alcalá. Agua, azucarillos y aguardiente. Una de gambas en El Burladero . Una de rabo de toro en Casa Toribio , como mandan los cánones. Y un con hielo en Los Timbales .

Y como quien sale a los medios, voy buscando el coso de los vientos venteños.

Saludo a los viejos amigos de bronce, de Fleming a Bienvenida . A los ambulantes y a los del toro. Mecido en un dulcísimo vaivén voy y vengo. Escucho lo que se dice. Que si Ponce no viene. Que no se va a llenar. Que los toros han salido por diecinueve millones. Que vaya birria lo de San Isidro. Que está la secreta,... Veo pocos extremeños. Son las cosas de Extremadura. ¡Ay si Talavante fuera sevillano! ¡O cordobés! ¡O valenciano! ¡O nimeño!

Agarro decidido mi entrada y hago mi propio paseíllo. Entro. Que esto de ir a los toros tiene su rito. Saludo a Israel Lancho en el patio. De paisano y oro, a la vera de su Andrés Vázquez . Mientras tomo el último cafelito pienso en Alejandro . Pienso en que tal vez no sea el momento. Pienso que tal vez se equivoque. El o Corbacho . Pero sigo buscando el milagro.

Tomo asiento. La tarde está desapacible. Algún nubarrón. El ventarrón feo que no gusta a los toreros. El frío que presagia los silencios. Tres cuartos. "Han venido los extremeños", me dice ufano mi vecino. "¿Es usted extremeño?", me pregunta. Dudo. Digo sí, porque hoy hay que decir que sí. Extremeño, de Badajoz, como Talavante. Aunque hayas nacido en Bilbao. La música, el paseíllo.

De caña y oro,...

Lo que sigue ya lo han leído en las crónicas. Muchos han visto la corrida.

Alejandro no aguantó. Un toro y poco más. Sólo destellos de la muleta embrujada. Algún natural suelto, un trincherazo de cartel, dos buenos derechazos y se acabó. Luego, el barullo. Un capote sin gracia ni repertorio.

Un estoque averiado. Más que a matar se tiró a pinchar. Serio y ausente como un San Sebastián en el martirio. No se puede decir que el ganado no acompañara. A los toros los hizo malos el torero. Los más fueron flojos, pero merecieron otra suerte.

Mientras, el teléfono arde. Llegan noticias de Málaga. Los mismos toros, el mismo viento, otras cabezas. Perera y José Tomás quieren y pueden. De Sevilla lo que se sabe es malo. Cara y cruz del toreo. Domingo de Resurrección en los arenales de España. El que pone a cada uno en su sitio.

Hay quienes creen que para ser torero basta con una mano izquierda. Y se equivocan. Para ser torero se necesitan muchas más cosas que mano izquierda.

Sobre todo, cabeza. Y a Talavante, en Madrid, le faltó cabeza. Si no hay cabeza, no hay torero. Al toro no se le puede dejar pensar, y en esta ocasión fue el toro quien no dejó pensar al torero. Al final quiso arreglarlo con corazón y hasta eso le falló. Talavante sólo tuvo el mérito de la brevedad. La rúbrica triste la pusieron las almohadillas. Un petardazo. Un despropósito que le manda a la segunda fila del toreo.

Y Madrid a lo suyo. Los madrileños de vuelta. Tomo la R-5 buscando las luces del atardecer. Camino de Badajoz. Oscurece. Para Talavante también. Pero mañana volverá a amanecer. Y olerá a pan nuevo. También para Talavante.