El primer papa jesuita de la historia cocina el asado argentino «como nadie», bebe mate, le vuelve «loco» la bagna cauda, un plato piamontés de verduras, y comparte comedor con trabajadores del Vaticano, donde se sirve un «menú de diez euros». Son algunas de las cuestiones que desvela el libro En la mesa con Francisco (Larousse), firmado por uno de los biógrafos de Francisco, Roberto Alborghetti, y que incluye algunas de sus recetas favoritas, desde el risotto al azafrán a los alfajores rellenos de dulce de leche, reflejo de su origen italoargentino.

Jorge Mario Bergoglio aprendió la «cultura de la comida» de su abuela Rosa, originaria de la Alta Langa (Italia) y su madre, María Regina, a la que tuvo que sustituir en la cocina cuando sufrió paresia tras un parto.

«Cocina muy bien, le salen riquísimos los calamares rellenos y le encanta el risotto», asegura su hermana María Elena.

Aunque de pequeño quería ser carnicero, estudió química de la alimentación y anunció a sus padres que quería entrar en el seminario entre el café y los alfajores de la pastelería La Perla de Flores, quizá para «endulzar» el disgusto a su madre, que soñaba con que fuese médico.

Gran aficionado a la cocina, su familia no ha sido la única en probar sus platos. En su primer destino, como sacerdote confesor en Córdoba (Argentina), sustituyó al cocinero cuando enfermó y mientras era rector del Colegio Máximo de San José, el mayor centro de formación jesuita de América Latina, cocinaba para los alumnos los domingos.

Quienes saborearon sus platos le definen como «un excelente cocinero», recoge Alborghetti; aún recuerda su lechón relleno su profesor Juan Carlos Sacannone, uno de los intelectuales más populares de Argentina, y su»fantástica paella» la periodista argentina Elisabetta Piqué.